Alocución innúmera
Se llamaba a sí mismo El caballero de la breve estatura, y en verdad solo rozaba por encima los 165, aunque los años algunas micras le habían acortado. Tal circunstancia fue, en su adolescencia y pubertad, causa de no pocos complejos y de algunos mamporros, que diera y recibiera; eso fue antes de que sus ojos se convirtieran en el más feroz Atila y su lengua en el látigo más cruento. Eso decían. Por donde pasaba no volvía a crecer la hierba; no se consolaba pensando que era emblema de "lo breve, si bueno, dos veces..."; tampoco con la consideración de que la estatura de un sapiens no es aquella que alcanza su cabeza sino su mente. Y menos aún aduciendo que las virtudes que otorga la naturaleza no son méritos, sino azares. Así que si la inteligencia fuese uno de sus atributos, lo era por azar. Haciendo recuento, en sus últimos años, de victorias y derrotas, no veía ninguna de aquellas, a pesar de las 8 decenas de muliéribus que habíansele rendido -menuda hipérbole-, porque en tal terreno su mayor derrota era la imposibilidad de enamoramiento que le había caracterizado. Su anhedonía contrastaba con la facilidad de embeleso de la gente honestamente común, mayormente en la raza femenina, si más inteligente menos armada. Así que ya que otros tenían amigos o amiguetes él tuvo libros y escritos, raciocinios y sentencias, venenos y tríacas o piropos. Cuando le invadía el "instante privilegiado" se encerraba a oscuras y en celada y anotaba lo que los dioses y luzbeles le dictaban. Convirtióse en decidor de historietas y poemas en los que no creía pero en los que descubría su verdadera identidad de buscador que odia encontrar porque el hallazgo edénico siempre es una decepción y mata la esperanza de encontrar otro mayor. Además: en el tal aspecto erótico, poco antes de llegar a los dos sietes constató que la genitalidad también es un bien caduco. En este punto escribió unas palabras que lo dignificaron, aunque su contenido era irrebatible:
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