El breve apocalipsis
“Un hombre solo puede ser feliz siendo pintor”.
Como si todo hubiera sucedido
en un pasado fantasmal y ubicuo,
evoco yo mi muerte cada día:
desciende el mar y su resaca arrastra
mi cuerpo hacia un abismo de sarcófagos
plantados en un campo que me entierra
al ritmo de un avión y un bombardeo.
Brotan rojos esquejes, sangre pálida,
acuarelas danzantes entre criptas,
ocres-naranja, verdes-cadmio, grises,
alcudias y explanadas, puertos
a los que llegan miles de cadáveres
aún vivos y sin norte, a la deriva.
Recuerdo los azules de tu falda
y acepto con dolor que no me amas.
Pinto luego mi propia muerte oscura
rodeado de olivos y de almendros
dentro de un cuadro en el que reconozco
que soy yo quien lo pinta mientras muero.
Y mi mano rubrica ese paisaje.
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