Bach: Aria (Suite nº 3)
En un papiro egipcio de hace 4500 años se dice que todas las historias han sido ya contadas. ¿No es ese el tema de Borges en La biblioteca de Babel, y toda su obra, que un libro contiene todos los libros y que reconstruir el Quijote es nada más que reconstruirlo y, por ello, nada nuevo puede escribirse? ¿No estamos todos condenados a plagiar lo ya escrito? ¿Acaso todos los poemas de amor no repiten exactamente el “te quiero” de Adán y Eva?
Y sin embargo necesitamos seguir diciendo, diciéndonos, poniendo rostros verbales a nuestra identidad y a la del mundo en que vivimos; gracias a esa pulsión indagadora seguimos existiendo y mejorando -o empeorando- el mundo: si así no fuese moriríamos de inanición, faltos de curiosidad metafísica, convertidos en vegetales hastiados por la falta de misterios y curiosidad.
Leemos ensayos, novelas, teatro, poesía… como si fueran cosas ajenas: en realidad nos buscamos a nosotros mismos, perseguimos respuestas a nuestras preguntas, indagamos sobre nuestro ser, predeterminado por el pasado y el anhelo de un futuro mejor. Esos libros fueron escritos por otros seres iguales a nosotros, con las mismas preguntas, y por eso nos importan: siempre sorprendemos nuestra mismidad en medio de una página, diez páginas, 30 páginas después… Entre todos trazamos el diseño del yo universal, en el que está el individual como un sumando más.
Eso parece: creemos que, puesto que todo está escrito, nada podemos añadir; y no es cierto: leer es reescribir en nuestra mente, actualizar, reeditar para los ojos que leen, apropiarse del conocimiento del otro yo que fuimos y consta como autor: catapultarnos al futuro.
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