Una pintura sinfónica
Disuelvo en el crisol leonardos, rembrands,
dureros y picassos, cielo y tierra,
mirós y esplás, sollozos y sonrisas,
vida y arte,
y mojo mi pincel en tal concierto
de líneas y colores
para que el cuadro sea sinfonía
y no solo monólogo, diadema
y no perla o diamante solitarios;
que, al fin, yo soy mi obra y quiero ser
la solidaridad voluptuosa.
Hay vidas luminosas surgidas de la noche
como estrellas que alumbran porque el sol
parece dejar ciegos a los hombres.
¡Qué claridad la de los Cuadros de una
exposición! El piano estalla entre los dédalos
que, como un oleaje, se convierten
en un mar infinito;
y, traducido a orquesta, los colores
son pentagramas fúlgidos rusientes,
música que ennoblece la pintura.
¿Las cantatas de Bach no son ilustraciones
de los paisajes bíblicos?
¿No son Wagner y Scriabin pinturas disfrazadas?
Y qué decir de La isla de los muertos:
qué pintura más lírica y Rachmáninov.
Sorolla el luminoso ha retratado
al gran Galdós oscuramente
y ha condensado su obra en su retrato.
¿Pues qué ha hecho Falla, en su Retablo, con Cervantes?
Leonardo y Miguel Ángel son dos dioses
ambidiestros incluso con los pies
-permitidme la trigonometría-.
¡Que suenen en mis cuadros los metales,
las piedras y los gritos de los hombres!
Que un hombre no es más que otro si no hace
más que otro. ¿Y qué puedo hacer yo
sino pintar, crear espejos
del mundo, que es tan solo un espejismo?
Lo que pretendo es conquistar la luz
y materializarla en mi pintura.
Nada de monstruos; la gran obra emerge
cuando el grácil significante nace
empujado por el significado
y a la inversa, ca es gran maestría.
¡Oh pincelada mágica, ilumíname!
Este mediterráneo sol es lumbre
convertida en diamante atardecido.
Intentaré pintar la claridad,
la diáfana estructura de los lirios,
el volumen sin forma de la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario