Carta a Marí
… soporté el bombardeo bastante bien, acaso
porque me acompañaba el continuo recuerdo
mío hacia usted… (Noviembre, 1936)
Dicen que tengo el rostro de Rubén
Darío y que como él
soy clásico y moderno, serio y lúdico,
misántropo y huraño.
Mis retratos y mis paisajes son
tentativas, pergeños
para el cuadro indeleble
que pintaré algún día,
la conclusión de un silogismo estrábico
de un hombre provinciano
iluminado por la metafísica
y un ansia trascendente.
Soy
el color del bisonte en la caverna
y las manos plasmadas como rúbrica
en el techo de roca.
¿No son retratos de la humanidad?
Si vivir es un tránsito a la muerte,
solo el arte nos salva del naufragio.
Muchos de mis coetáneos
-músicos y pintores y escritores-
reciben el aplauso de las gentes;
la vida les sonríe; solo yo
permanezco en la sombra, en el silencio
que estalló tras las bombas, alejado
del mundo y de mí mismo. ¿No seré
digno de una existencia más allá
de este presente oscuro y lastimoso?
Me dedica mi amigo Óscar Esplá
sus Canciones playeras; y me alegro;
pero yo sigo siendo nadie. Acaso
no merezco el aplauso, no me he dado
bastante al arte y a los hombres. ¿Debo
consolarme con reivindicaciones?
¿Soy solo lucentino o universal?
Mis paisajes evocan la verdad,
la realidad de la Naturaleza,
y mis autorretratos quieren ser
la identidad más honorable y cierta.
Mi oblicua perspectiva, mis trazados
ansiosos de ser bosques de color,
mi principial mirada a lo concreto
para transustanciarlo en emociones…
son místicos lirismos escondidos.
Pero no es suficiente el esforzarse
cuando nos falta el genio.
Yo sueño con pintar una Gioconda,
una Dama de Elche vareliana
con las facciones de Marí la Bella.
¿Tal vez ha fusilado mi pintura
el silencio que deja toda guerra
y he muerto para mí y todo ser vivo?
Mi querida Marí: yo te confío
estas tristezas porque algunas veces
veo en tus ojos que me ves por dentro.
Tu espíritu está anclado en mi memoria.
Debes saber que, aunque olvidado y solo,
yo seguiré pintando.
Y resucitaré.
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