LA PRODIGIOSA DÉCADA ORIOLANA
Apuntes de una educación sentimental1
Antonio Gracia
El despertar
Yo despertaba de mi adolescencia. Una peseta al día durante los veranos (era el salario que mi padre me regalaba por ayudarle en el almacén), más alguna que yo hurtaba, fueron mis primeros ahorros con los que empecé a autobibliotecarme. Yo tendría diez, doce años. Mi padre, inteligente intitulado, sabio y poco erudito, hablaba como un eco lejano de la calle, del hambre y de una guerra. Mi madre, hija de las supersticiones de aquel tiempo, trabajaba con él de sol a sol. No comprendía yo cómo a un niño le quitaban de pronto su lenguaje: nacemos y entendemos el mundo a través del contacto con las cosas; nuestra piel nos nutre nuestra mente; besos, arrullos, el pecho maternal, la infancia como un trozo de carne moldeable, la carne sensibilizada como único lenguaje para sentir y hacer sentir: y de pronto, cumples algunos años, te alejan de los cuerpos, te prohíben el tacto, lo que era puro amor pasa a llamarse sexo y quedas paralítico y mudo, manco y ciego, y con piernas para correr hacia una explicación del abandono. La adolescencia significa la muerte de la infancia: pero su asesinato. ¿En qué mundo había yo caído, donde todo era contrario de sí mismo? Tuve que refugiarme en otros seres humanos más humanos: los libros.
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Vírgula. Revista del Grado en Español:
Lengua y Literaturas
Vírgula. Revista del Grado en Español: Lengua y Literaturas, 4 (2022)
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