Albinoni: Adagio
Como los libros no cabían en casa, saqué cuantos pude fuera, junto a la barbacoa y dentro de su albergue; y, aunque cubiertos para evitar la lluvia, el viento los lee cuando quiere, los desploma y los vendavaliza entre mis vecinos, cada día más sabios en protestar por el follaje libresco que diluvia sus jardines.
En la parafernalia libreril hay volúmenes antiguos, algunos muy preciados, y otros tan viejos como mi adolescencia, aquellos que me hicieron como soy en gran medida, ya que canalizaron mi sentir.
En veinte años, solo a cuatro o cinco personas he abierto mis puertas, y alguna de ellas ha protestado de que inutilice la barbacoa por guarecer los libros.
¡Qué voy a hacer, si no me gusta más que la carne humana encuadernada!
¡Antropofagia!, dirá alguno.
Exactamente. El hombre convertido en libro es el animal que mejor alimenta al hombre.
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