Nacemos sin porqué, morimos sin porqué; y entre tanto, vivimos sin saber por qué vivimos mientras la vida fluye hacia la muerte.
Es ese sinsentido contumaz -y el pertinaz intento de encontrarle un sentido- el que coloca al hombre en el abismo de la indefensión al convertirlo en el lugar con el que chocan, destructivamente, el corazón y la razón, la necesidad de comprender y la imposibilidad de aceptar la ausencia de comprensión.
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