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viernes, 19 de septiembre de 2014

La catedral sumergida (1)

Bach: Cantata "Jesús, alegría de los hombres" (transcripción piano)

Si hay alguien en este país que desconoce qué cosa es la democracia, ese alguien se llama Iglesia. La Iglesia es el partido político actual que aún se rige por la rigidez militarista, y cuyo líder, Dios, no puede ser sustituido por ningunas elecciones. Un Dios que poco tiene que ver con el de los evangelios y que los obispos hacen cada día a imagen y semejanza de sus intereses. 
     Lo más curioso de ese partido es que Dios no puede votar, ni abdicar, ni dirigir a sus militantes, cosa que lo convierte en un ser raptado y moldeado por sus ministros. 
     Ocurre esto porque quienes se llaman a sí mismos cristianos no conocen el manifiesto revolucionario de su líder; no consultan las generosas, fantásticas y utópicas -como las de todos los manifiestos- páginas del evangelio; y por tanto no pueden ver la distancia que hay entre ellas y lo que predican los papas, sus curias y sus séquitos. Estos son los que votan dictatorialmente y convierten su voto en veto para el progreso de la sociedad y del espíritu. 
     Lo que dicen los evangelios es que todos pueden salvarse con la bondad nacida de la comprensión -es decir: con lo que representa Jesucristo-; y lo que dice la Iglesia es que nadie puede salvarse sin la Iglesia -o sea: sin la liturgia de la sumisión-; más grave aún: la Iglesia ya no habla de salvación religiosa o celestial, sino de condenación en esta vida para quien no obedece sus dictados.