Borodin / Sara Brightman: Extraño en el paraíso / Danzas polovtsianas
Nuestra vida sentimental -o, mejor, nuestra vida- es una sucesión de cuentos ensartados. Antes o después llega una -o un- Sherezade que nos convence de que nos dejemos de más cuentos y nos detengamos en su historia. Porque siempre nos quedamos allí donde mejor nos tratan, allí donde se satisfacen nuestras necesidades, allí donde, por ese trato mutuo, olvidamos todos los sueños que tuvimos y cuantos desengaños nos infligieron.
Eso les sucedió a Laura y Salicio. Descifraban palimpsestos. Habían creado sin proponérselo un mundo propio, con sus guiños, sus gestos, sus palabras: tanta íntima complicidad emocional había entre ellos.
Ella era una loba hambrienta; él, un dinosaurio lascivo. Ladrona de testosterona, la llamaba él, que se dejaba vampirizar muy felizmente sintiendo cómo ella era dichosa con su vampirismo.
De repente, todo se desmoronó: viajaron hasta El Partenón y aquella belleza altiva macerada por los siglos les pareció tan sublime que la suya no era sino una sonrisa breve en medio de un océano de alegría.
Se encerraron en su tienda de campaña y allí estuvieron: amándose hasta que el guardián los echó del paraíso.
Eso les sucedió a Laura y Salicio. Descifraban palimpsestos. Habían creado sin proponérselo un mundo propio, con sus guiños, sus gestos, sus palabras: tanta íntima complicidad emocional había entre ellos.
Ella era una loba hambrienta; él, un dinosaurio lascivo. Ladrona de testosterona, la llamaba él, que se dejaba vampirizar muy felizmente sintiendo cómo ella era dichosa con su vampirismo.
De repente, todo se desmoronó: viajaron hasta El Partenón y aquella belleza altiva macerada por los siglos les pareció tan sublime que la suya no era sino una sonrisa breve en medio de un océano de alegría.
Se encerraron en su tienda de campaña y allí estuvieron: amándose hasta que el guardián los echó del paraíso.