Somos
ese desconocido que aparece
dentro del yo
y lo fragmenta y rompe
tratando de imponer su voluntad.
Ya nunca
nos permite alcanzar la orilla y
naufragamos
entre el mar del que fuimos
y el del que ansiamos ser.
La noche
invade nuestros días
robándoles su luz.
Un laberinto
atrapa la existencia
y todo se transforma en sombras, lucha
agónica, mazmorra
donde el sosiego pierde
su identidad.
El alma se pregunta
qué forma tiene el pensamiento: y surgen
monstruos, dédalos, gritos
desde el íntimo infierno
en el que, sin saberlo, nos hemos convertido.
El dolor duele más
cuando no tiene nombre.
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Pintura y fotografía
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Dolores Balsalobre: El bosque petrificado
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