Voz: Sebastián Andreu
El caballero de la Blanca Luna
II, 64
Mirando por el ojo de la muerte,
contemplé en la mañana la lanza del estruendo
y supe que jamás vencería al hidalgo
sin plegarias a dioses o exorcismos
trenzados por la magia de Merlín.
Preparé el sahumerio de las armas
y clamé al regidor de los destinos,
ofreciendo mi alma para que los verdugos
del dolor torturasen mis entrañas
en las negras zahúrdas de todos los infiernos:
a cambio yo pedía
tan solo la victoria en el combate.
Despertaba la aurora y en la floresta vi
el camino por donde transcurría
un manantial de líquidos licores
disueltos en venenos. Allí embracé la adarga,
puse el corcel al trote, arremetí
con la furia del viento y las jaurías
de millares de brujas en súbito aquelarre:
cayó el inescrutable caballero invencible
al suelo como un címbalo estruendoso.
No me importó que el sueño fuera un sueño.
Erguí mi vil espada, como un ladrón flamígero
y fui a cobijarme entre las ruinas
de la noche.
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