Princesa de la Mancha
“…¿Piensas tú que fueron de carne y hueso…? I, 25
“Vino a llamarla Dulcinea del Toboso, nombre a su parecer
músico y peregrino” I, 1
Entre magias, inciensos y ambrosías,
la dulce Dulcinea contemplaba
el prodigioso mundo que para ella
había construido Don Quijote:
torres de amor, liturgias de cristal,
cielos apresurados en su gozo,
majestad sobre todas las bellezas.
Un colibrí que siempre la rondaba
-trovador de sus ojos con su vuelo-,
de súbito cayó como un cadáver
descendido de un sueño. Y la Princesa,
turbada como un cálamo vibrante
en un éxtasis de sublimación,
avizoró su contingencia y dijo
temerosa de su derrocamiento:
No permitan los dioses que jamás
Don Quijote se crea don Alonso:
mi existencia demuestra que él existe;
pero si él deja de ser él, yo muero.
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