BREVE ENSAYO DE INTERPRETACIÓN. LA DÉCADA CUARENTA.
(UNA MIRADA A ALICANTE)
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La poesía en Alicante - LA DÉCADA CUARENTA - UNO
3. - “En una soledad llamada corazón ” (José Martí)
Como puede verse —o veo—, el campo semántico de las vidas de los ciudadanos en este tiempo se teje alrededor del núcleo represión: que deviene la reclusión: a esto es a lo que se le viene llamando exilio interior: imposibilidad de ser uno mismo —y no solo políticamente—. “¡Ay corazón, isla mía!”, exclama Pía y Beltrán; “sobre el aislado corazón”, recordará Vicente Ramos; contraviniendo ambos a John Donne cuando afirma que “los hombres no son una isla”. Y la gran revista literaria de la posguerra tiene un nombre significativo: “ínsula”.
Efectivamente: aislado, El General siente una conspiración universal contra su España (Bernardo de Balbuena: “En gran riesgo está España de perderse, /preñada de costosos enemigos ”) y exacerba la represión hasta lo más íntimo de las conciencias con consignas propagandísticas como esta: “Mujer española, con tu vestido no seas juguete del judaismo internacional". Aislamiento que no será sino resultado —fruto de los terremotos laberínticos del inconsciente— del aislamiento diplomático en que quedó España durante la década Cuarenta. Y es en esa soledad y desolación cuando el hombre, ser que no puede dejar de pensar sus sentimientos, inicia un proceso de autoidentificación en el que recorre diferentes, adyacentes y simultáneos o no contrapuestos túneles: 1) la introspección libre (el yo anteponiendo su más auténtico ego); 2) la introspección mediatizada por las circunstancias (las circunstancias como impostoras del yo). Estas dos dan lugar a otras; 3) la introversión silenciosa, sufriente, victimaría, contemplativa, ‘'mística”...; 4) la extraversión participativa, egoísta, altruista...; 5) la alienación: la ausencia de autocrítica, la aceptación de ‘‘lo que pasa” sin cuestionamientos, la sumisión con demagogias como silogismos “metafísicos” del calibre de “esto no es esclavitud, sino disciplina”, “ha conseguido acabar (con) la guerra y nos da de comer: luego es un santo aunque digan lo contrario quienes quieren quitamos el pan”, “es como un dios en la tierra y aunque no lo comprendamos sabe lo que se hace”... sofismas todos del mosqueteril “uno para todos” que incluye el “todos para uno” dentro de la misma impunidad “democrática” de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”: es decir, “Salve, oh Caucésar, morituri —pronunciado como vivituri— te salutam”: y es que el esclavo no sabe que lo es hasta que conoce —porque desconoce— la libertad: y, aunque lo es así, a veces escoge la esclavitud a la que se ha acostumbrado.
Esta mentira en la que se vive va suplantando el rostro de la verdad hasta hacer de aquella la única realidad: que adquiere diferentes razonamientos y rostros, monolíticos o sucesivos: a) como no puedo ser yo, me alejo del mundanal mido para poder serme; b) puesto que no puedo ser yo, seré como los demás; c) ¿no será que en vez de ser yo la excepción del error soy su confirmación, la contumacia?); d) la alienación está servida.
El Movimiento (y todas las intolerancias de la historia) se constituye de esta manera en una religión para quienes se niegan a aceptar que la fe es la ceguera de la razón así como la razón es la luz de quienes pretenden ver lo incomprensible. Estrabismo mental que, probablemente, induce a V. Ramos a escribir jubilosamente y enceguecido por su —al parecer— bonhomía, en el citado artículo “En la hora nocturna (Reflexio nes sobre el futuro)”:
“Ahora permítaseme hacer al amado lector una pregunta: ¿Qué pueblo, en el curso del acontecer histórico, ha llevado a cabo con más exactitud y fervor la defensa de la concepción de la vida? Indudablemente, España”.
Ya el ultracatólico Ramón Sijé, en el “...reinado de los fantasmas”, había escrito:
“La gran originalidad de la historia española ha consistido, precisamente, en la coincidencia del españolismo y los ideales del reino de Dios". Y Gabriel Sijé:“La turba mezquina, fuerte en el oprobio y en el desmán, cayó un día glorioso bajo el brillo cristiano y conquistador de la espada invicta del Caudillo ” (“Nuestro Padre Jesús...”, Gaceta de Alicante, 22-X-1940).
4. “Si quieres creer en ti, no abras los ojos; si quieres comprender, nunca los cierres” (Confucio)
Bajo esa consigna del yo no puedo ser yo, admitida voluntaria o inconscientemente, hay que trazar el nenúfaro mapa poético de estos años. Y desde esa premisa hay que entender ese “exilio interior”, la represión que conduce a una introversión frente a la extroversión —igualmente represora muchas veces— de los triunfalistas. El escapismo frente al exaltismo de un “Ya viene el cortejo” sinrubendariano: tal semejanza mental se bifurca en tipos de escritura aparentemente dispares pero uniformes en su manera de escapar de la olla sometida a excesiva presión: los ya aludidos conformismo, contemplativismo, insolidarismo, religiosismo, misticoidismo, patrioterismo..., alienismos sólo perturbados por los escasos brotes del clandestinismo expresivo: y alienismos todos desde el instante en que —metonímicamente— el deslumbramiento —la ceguera— ante una parte impide la visión del todo (Séneca: “Cuando una parte del todo cae, lo que queda no es muy seguro”). De nuevo el verso —ahora como anonimia excelsa y de piedra— refleja el sentimiento popular: “Desde que Franco y Falange / aherrojaron las Espadas,/ somos un pueblo de esclavos / que nos quedamos sin patria".
Significa el silencio resuelto como religiosidad, contemplación autista, belleza formalista, introspección metafísica, el silencio social, el silencio buscador, la mordaza expresiva, la escritura en silencio, la vida licenciosa para algunos. Silencio, como digo, impostado a veces como apócrito ascetismo pretencioso de espúreo misticismo: así se revela en el masoquismo hedonista —beatería y supersticionismo, más bien— de Gabriel Sijé:
“Señor, Tú estás en el silencio. Desde entonces amo el silencio (...) Me dije en el silencio: Tú eres, Señor, la eterna lágrima, por fin te he hallado. Desde entonces amo las lágrimas” (“Del sencillo amor”).
Es una paradójica artesanía síquica y causalidad empírica (como nadie me quiere, me quiero a mí mismo), que conlleva, del placer del ser amado, al dolor de amar la propia mismidad como si fuese una otredad o a la inversa, ya que en soledad siempre somos uno por muy bien que nos cercenemos en dos. Es ser “narciso por obligación”, en expresión hemandiana. La promesa de otra vida feliz no es sino la condenación de esta como fracaso, la consideración de que Dios equivocó el primer ensayo en la probeta de la existencia. Pero los biempensantes eligen el culto al sacrificio, la negación de sí mismos y la excomunión del carpe diem mientras afirman no dejar para mañana lo que pueda hacerse hoy. ¿Qué inteligencia es esa que propone desvivir para poder vivir? Con muchos vendavales de miseria e intolerancia ha azotado la naturaleza a la humanidad para injertarle tamaño enamoramiento de la muerte. Cuánto tiempo vigente el César Vallejo de “la tumba es todavía / un sexo de mujer que atrae al hombre”.
Todo desemboca en un ambiente de funebridad, un sentimiento de ananké aceptado por inevitable, como en esos hábitats rurales de García Lorca que representan lo más turbio del alma ibérica —universal—: Yo conozco esa errata que a menudo escribe el hombre en el cuaderno de su infancia: yo “aprendí" (de quién, sino de un involuntario y fatalista concepto de la vida perpetuado por familiares, profesores, vecindario..., ¡sufridores!) que el sufrimiento (el dolor existencial) era imprescindible (lo que colocaba el dolor como corazón del hombre) en la creación y para la creación: lo cual probablemente me condujo a la insensibilización para el placer y a una insatisfacción general muy próxima a un masoquismo malditista como éxtasis o trance con antifaz o disfraz. Un regodeo próximo a (Guillermo Blest-Gana): “cuando nada se espera de la vida / algo debe esperarse de la muerte”; y entonces todo da igual para quien no considera que la muerte es otra vida. Tal vez ellos vivieron un proceso similar, concluido de otro modo, potenciados todos nosotros por un atavismo maljudeocristiano y una herencia de la lugrubidad más catolicista del Romanticismo. Es la imagen sangrienta de un poeta cristificado en cruz (“vencedor divino de la muerte”, le llama Bécquer), dando vida con su muerte suicida, y gozoso, en su dolor, de hacerlo: el martirio, el holocausto, el sacrificio: el dolor como —es— fuente de placer. El mismo Bécquer, biblia poética de tantos amadores, se hace eco de ese negativismo positivista al recurrir al dolor —cuya causa fue el amor o su desengaño— para justificar la existencia: “Amargo es el dolor, pero siquiera / padecer es vivir”. Trascendido a metafísico, olvidada su causa, es ese dolor cósmico el que empuja a un “sentimiento trágico de la vida”: Unamuno escribe.- “Es el dolor la fuente/de que la vida brota... Eseldolor del árbol de la vida / la savia vigorosa (...) Métete en tu dolor y en él trabaja / por escarbar la broza... Hernández lo recoge así: “Duerme: muere, trabaja / tu muerte: eres gusano / que durmiendo cultiva su mortaja ”. En lo más ultra de ese pesimismo, Carlos Fenoll —como tantos otros posesos y adoradores del dolor— llegará a abofetear a Bécquer diciendo: “Mientras exista la muerte / hallarás inspiración ”.
De la relación contubemiosa de amor y catolicismo es buena prueba este fragmento de Gabriela Mistral: “Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio; / un mantener los párpados de lágrimas mojados, / un refrescar de besos las trenzas de cilicio /(...) El hierro que taladra tiene un gustoso frío / cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas, / y la cruz (Tú te acuerdas, ¡oh Rey de los Judíos!) / se lleva con blandura como un ramo de rosas ”. Tal parece que esté rememorando a la inmacopulada Teresa de Jesús. (De este modo el sufrimiento amoroso es, al menos, una no-muerte que desemboca en la sanjuanera “muerte que das vida” de Fray Luis). No es un “del mal, el menos”, del “Madrigal” de Cetina, en el que el trasfondo es también la sumisión y la imposibilidad de vivir sin la amada: “ya que así me miráis, miradme al menos", o en un soneto: “Consentidme una vez que sin recelo /mire vuestra beldad; después, si el salto / viniese a ser mortal, mortal le quiero”. Es, como en G. Sijé, una recreación mórbida, una masturbación dolorosa de mentes esquizoides: es el síndrome estocolmado del amor al verdugo. De su vigencia cotidiana (el malentendido, distorsionado y escorbutado vasallaje trovadoril) en la década sirva de ejemplo este “Soneto apasionado’’ (INFORMACIÓN, 26-III-1944) de José María de Mena, que reproduzco por la perfecftafectajción con que simetriza y metrifica la estolidez amórica:
Es un proceso que exacerban Sade y Masoch y que conduce, atipladamente y sotto voce, a la tópica paradoja con que comienza este soneto arripiado (al que le sobran —como a tantos de tantos sonetistas (crear es añadir al universo)—, por lo menos, catorce de los versos que enunciaba Lope) de Juan Gil-Albert:
(Concertar es amor, XLVI)
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