Avellaneda
…el escritor fingido y tordesillesco que se atrevió a pintar con
pluma de avestruz grosera… II, 74
Igual que un mal poeta que sueña conquistar
paraísos en tierras del Olimpo
con solo las espadas de sus versos
-pero se sabe siervo de la inepcia-,
así sueña la pluma vencida del autor
que desea lograr la memoria imborrable
con ripios y fandangos de la prosa.
Desesperado porque no es su genio
tan principal como el de aquel que admira,
acecha su escritura y, envidioso,
olvida la templanza y arremete,
pluma en ristre, al saqueo del hidalgo.
Frágil memoración la de su empeño,
pues una y otra vez se dice que no es modo
de conseguir la gloria:
que los bienes mostrencos
dieron paso a la originalidad.
Sin embargo no logra borrar de sus anhelos
el ansia de que aplaudan su escritura.
¿Qué puede hacer, si él sí puede decir,
y con cuánto dolor, aunque sin culpa,
porque es cosa de la Naturaleza,
que su mudable ingenio es
“la gracia que no quiso darme el cielo”?
Preso de su impotencia, y paria mendicante
del logro de otras obras, empuja al caballero
de aventura en ventura o desventura,
luchando contra el verbo
que domeñar no sabe. Y asfixiado
por su propia conciencia, da el gran salto
del sueño al desengaño. Así descubre
que una historia es la forma en que se cuenta.
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