se tratase, solíamos reunirnos
en lugares rasgados por la noche
para que la palabra grabase en las paredes
del tiempo y la memoria
sueños de eternidad, pinturas y poemas:
desengaños y anhelos a fin de que la vida
no acabase en la muerte y el arte prolongara
la existencia de nuestra identidad
más íntima. Las voces discrepantes
o acordes retrataban utopías
y tópicos, vanguardias, clasicismos,
frágiles manifiestos y penumbras
que algunos convirtieron en frutos luminosos.
De todo aquel secreto vociferio
-en el que no faltaban fantasmas y otros duendes-
quedó lo que no puede quebrantar
ningún arte:
un puñado de amigos y nostalgias.