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sábado, 10 de septiembre de 2016

Averiguarse, no que te averigüen




Si hay algo peor que la lectura de un libro previsible es leerse a sí mismo. Y más cuando lo que a uno le importa es descubrir su mismidad más recóndita, no contumaciarse en ella. Así que puede el lector imaginar el tedio de corregir las pruebas de imprenta de un libro propio.
     Eso es lo que me ocurre estos días: ahí tengo, reclamándome, las galeradas de un próximo libro de ensayos, y cada día las emplazo "para lo mismo responder mañana". 
     Finalmente seré tan irresponsable como en otras ocasiones: las enviaré sin verlas, u ojeando al azar seis o siete páginas, confiado en que la imprenta no haya destrozado la escritura del ordenador. (Lo único de lo que me he cerciorado es de que consta la dedicatoria a tres personitas, para que mañana sepan que son, que fueron, por mí muy queridas: "Para Irene, Nicolás y Pablo").
     Qué triste cosa es esa de dedicar la vida a la escritura y mostrarse tan tedioso ante su publicación. Sin duda es eso: que lo que importa es averiguarse con la pluma, no que averigüen si lo has hecho mejor o peor; porque ¿quién va a descreer más de la propia escritura que uno mismo, si no se conforma más que con ser Lope de Vega, cuando menos?