Strawinski: Apolo y las musas
En la vida de toda obra de arte hay dos tramos: el que va desde la conciencia creativa del autor a la creación, y el que, una vez acabado el proceso creativo, pertenece al antojadizo o noble perceptor.
El primer tramo es el que importa y en el que el autor es el único demiurgo. Sus dudas, sus esfuerzos por convertir la inspiración en reflexión emotiva, el borrador en pulimentación, lo vislumbrado en ser concreto ... son los elementos que consiguen superar toda dificultad hasta lograr el fragmento de identidad humana que es, o debe ser, toda obra nacida de los hombres que pretenden redimir el mundo con el arte.
El segundo tramo nada tiene que ver con el autor y todo con el mercantilismo y la fanfarria del mundanal bullicio, ese invencible monstruo que es, precisamente, el que devora al individuo y da muerte al artista. Por eso cuando este inserta los intereses de la obra (consecución del éxito...) en su creación está podredumbrando y malversando la nobleza artística.
Tal pintor, músico, novelista, poeta, escultor y similares homínidos del arte son sus matarifes.
El arte es una necesidad síquica, no una circunstancia del factor económico o ególatra.
El arte es una necesidad síquica, no una circunstancia del factor económico o ególatra.
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