La justicia es una abstracción bienintencionada y utópica que las leyes malversan hasta convertirla en impunidad. La cultura es un derecho que todos tenemos y que muy pocos se imponen como un deber.
La aventura educativa ha sido, en los últimos tiempos, un descenso a la antipedagogía y un atentado contra la sicología individual y colectiva. En vez de enseñar a amar el conocimiento, se obliga a despreciarlo suplantándolo con frivolidades que atrofian el músculo de la mente y, por lo tanto, el pensamiento, la facultad de entender. No se enseña a ser un ser humano responsable de sí mismo y de los otros, sino a dejar de ser persona. No se enseña a intentar comprender la existencia, sino a vivirla como si fuese un juego intrascendente.
Debe de ser un nuevo descubrimiento pedagógico: organizar el caos para aprender a vivir en la Torre de Babel del mundo.