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viernes, 18 de enero de 2013

El abrazo insidioso

Wagner: Tristán e Isolda (el corno solitario)

Lola White se enamoró enamoradizamente de Cantero. Ella iba a empezar sus estudios universitarios y él llevaba solo un año como profesor. Lola era inteligente, primitiva y genuina en sus afectos, y decía que hablar con Cantero era como leer un libro lleno de sabiduría sentenciosa. Cantero tenía una inteligencia poderosa y una cultura envidiable; su hipersensibilidad y enfrentamiento contra lo establecido, fuese esto lo que fuese, sus obsesiones entre la lucidez y la autodestrucción, su mirada luzbélica, su escritura afilada y su verbalidad hechizadora solían despertar admiraciones, amoríos y mucha enemistad.

Lola y Cantero se casaron enseguida, y ella lo amaba como solamente puede amar un corazón puro. Sin embargo, él era una montaña difícil de escalar y en la que se divisaba el problemático genio del artista que, buscando hallar un cielo en los demás los arrastra a su infierno. Su "existencialismo" le obligaba a girar sobre su propia obra creativa, y la cotidianidad no formaba parte medular de su mundo. No sabía que su egotismo dañaba a quienes esperaban de él un poco de sociabilidad y no de alejamiento, actitud que, aunque fuese una huida del mundanal bullicio, parecía soberbia. Sin saberlo, su lucha contra sí mismo salpicaba a quienes lo rodeaban, lo amaban y lo necesitaban. Pero él no tenía más compañía que la soledad, único campo de batalla en el que podía armarse contra sus fantasmas.

Nacieron dos hijos que su padre amaba, y de los que temía que de pronto se enajenaran y enloquecieran, verdadero terror -el de la locura abisal- que lo perseguía desde la primera adolescencia, y causa, al fin, de todos sus demonios.

Lola White, con los años, fue sintiendo la pérdida de aquella felicidad del principio, y supo que nunca retornaría porque la conyugalidad no era un atributo de Cantero. Y así, la sangre enamorada devino lentamente en desengaño, sufrimiento y odio refrenado por su auténtico amor, hasta que solo aquel quedó abanderando su personalidad. Y fue el odio, y la venganza de quien se sabe deudor de su verdugo inconsciente, lo que se apoderó de ella. El odio la cegó; y, cuando por fin se deshizo el matrimonio, puso todas las zancadillas existentes para que la relación entre hijos y padre tropezase y cayese en la imposibilidad: desde urdimbrar mentiras hasta fingir que era viuda. Finalmente, unos y otro se vieron separados por la lejanía de la incomunicación. 

Cantero sigue inmerso en la búsqueda de una escritura que redima o sustituya la vida que no aprendió a vivir. Lola White no supo, ni quiso, separar lo que sentía como ex-esposa de lo que debía sentir como madre: y su venganza se convirtió en castigo para sus propios hijos. Hoy vive y muere sola, vigilada por el cancerbero de la culpabilidad. Los hijos se han marchado hacia sus vidas. Ha hecho de la soledad la casa en la que vivía su antiguo amor: Cantero. Tal vez ambos, sin saberlo, repitan igualmente:



"¡Qué noche para odiar y ser odiado,
para hallar entre el odio un gran amor!".