Debussy: Preludio a la siesta de un fauno
No encontrarle sentido a la existencia había sumido a Erótica en la melancolía. Por más que buscó entre los escondites de la vida, del día y de la noche, no halló razón para seguir viviendo. Se habían detenido su natural entusiasmo y su espontáneo amor por la aventura, y nada más que la pulsión del erotismo mitigaba la frágil indolencia.
Pero ¿por qué no hacer de su sexualidad incombustible medicamento para la alegría? ¿Quién ha prohibido el placer como método para mitigar el desencanto? ¿Y por qué negarse la satisfacción de la lujuria si es un instinto natural, que es tanto como decir impuesto por un Dios? ¿Acaso quien reprime su lascivia no es torturado por la autoimposición de la malsana castidad? Solo la saciedad de los sentidos equilibra la carne y el espíritu.
Fue entonces cuando Erótica leyó una breve fábula y consideró, además, que sin la armonía lograda por las querencias de la líbido tampoco era posible un mundo sin violencia, puesto que esta nace de la trepanación de los orgasmos.
Habló Erótica con Tánatos, que siempre la seguía como un inquisidor, y le indicó que podía leer tal tratadillo en el estante Equis (es decir: AQUÍ).
Erótica ya pergeñaba en sus anhelos la figura de un sátiro obstinado, un Príapo inclemente, de ebúrneo columnario genital, y sobre él se inclinaba y se lo besuviaba con tanta sed y hambre que a fuerza de labiarle y lengüetearle su fálico dolor, sorber y emascular, le despertaba un géiser o lácteo manantial desenfrenado que inundaba su torso, sus ojos, su cabello, mientras ambos aullaban igual que debió aullar el inmenso estallido que inició el Universo.
Llegó Tánatos mórbido, contempló el lúbrico éxtasis de Erótica y no pudo negarse a sí mismo la necesidad de demostrarle que no es Amor más poderoso que la Muerte, para lo cual retó a su perseguida a que probase en él su método lascivo contra el tedio.
Y Erótica, que no ansiaba sino saciar su gula sexual en un banquete infinitamente inacabable, se lanzó sobre la satiriasis y el priápico argumento -¡oh muerte que das vida!-, provocándole el Gran Chorro Semántico y originando -así, y no como suele contarse- la Vía Láctea.