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martes, 24 de enero de 2012

Un poema de Ana Rodríguez de la Robla (Antología, VIII)


Mozart: La ci darem la mano


REBELIÓN


En el principio de todo fue el trueque.
El metal acuñado no existía,
la moneda no guiaba la vida
de los hombres, el precio
y el valor eran una misma cosa.
La Bolsa no caía.
Después todo cambió; corrieron siglos.
El mundo se hizo carne
y no quiso habitar entre nosotros.
Todo cambió. Mejor no recordar,
no saber, no sentir, no amar a nadie.
Ceder. Acomodarse
al tono de la cítara maldita.
Morir. The rest is silence.
Pero un día pasaste por mi puerta
con tus labios sembrados de latines
y unas flores prestadas en la mano.
Habían corrido siglos.
Pensé cómo pagar por esa imagen.
Cómo pagar para no ser culpable
de la dicha: así lo exige el rito
del pecado original, ser extranjero,
la férula del padre bondadoso.
Sin saberlo me hablaste
de delirios numéricos, de aves
que en el cálamo insomne de un vigía
surcaban los oídos de la noche.
Habían corrido siglos.
Me miraste con tus ojos de otoño;
te miré con el pelo retirado
de la frente que quiso ser Bizancio.
La dignidad conoce extrañas sendas.
Un beso de cantero
puede encender la piedra y las estrellas
de la Vía Láctea.
Lengua encendida. Sero te cognovi.
Una mujer leyendo en una cama
es un río, un telar, una tormenta,
una rosa prendida del vacío.
Tal vez pensaste ser su primer hombre
cuando escribías; ella
ser el punto final de aquella historia.
Algo le dijiste, algo te dije.
Algo me dijiste, algo te dijo.
Habían corrido siglos
La ceniza del tiempo que no ha sido
guarda el acre sabor de la victoria.
Con sus lágrimas Dowland recorría
l'ardant amour en flor de Crécquillon:
dulce banda sonora del desastre.
Quién añora el perdido Paraíso.
Un hombre vino a mí desde los mares.
Por todo pago amor entre las manos.
Habían corrido siglos.
La ceniza del tiempo detenido
evoca en su caer la rebelión.