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domingo, 22 de enero de 2012

Año nuevo, vita nuova (La péñola parlante, VII)






Escribió Ortega que “la juventud es la única que tiene derecho a equivocarse”; a lo que habría que añadir que, igualmente, tiene el deber de aprender a acertar. Desde luego, creo que nadie debería atreverse a cumplir 40 años sin haber aprendido de sus errores para no cometerlos nuevamente. Si así fuese, los pasos de la sociedad no serían los mismos. El político no mentiría tan descaradamente; el ciudadano no se dejaría engañar tan ilusoriamente; el médico atendería a su paciente sin considerarlo poco más que un cliente; el abogado no utilizaría la ley para vivir como un rey; los padres querrían el bien para sus hijos, no sólo su bienestar social; las iglesias, puesto que gobiernan el cielo, no insistirían en tiranizar la tierra con sus obcecaciones; la enseñanza, apartada de la educación hace ya tanto tiempo, formaría hombres libres y no libertinos; la democracia no sería sólo el triunfo de unas mayorías que han herido de muerte al individuo ... todos, en fin, admiraríamos el valor de la vida y no sólo el precio de las cosas.

La vida es un país desconocido que cada uno debe descubrir y conquistar para su propio bien sin arrasar el bienestar ajeno. Dos cosas debemos saber y son esenciales para sobrevivir dignamente: qué queremos y qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Es decir: la reflexión sobre nuestro futuro y la voluntad para ponerlo en acción desde el presente; asuntos ambos que deben ir acompañados de ética y responsabilidad. Y si en la búsqueda de ese porvenir, después de haber previsto cuanto podíamos prever según nos enseñó el pasado, nos equivocamos a nuestro pesar, detengámonos y, sin esperar que nadie nos perdone, y sin inculpar a nadie, disculpémonos y perdonémonos a nosotros mismos, porque sólo el propio perdón -la propia comprensión- nos es imprescindible. No caigamos en la contumacia de creernos infalibles creyendo que podemos hacer del autoengaño y su correspondiente mentira un ariete para golpear la realidad hasta darle la forma de nuestros intereses. No existe mejor terapia que la de quedarnos solos frente a nuestros errores y defectos una vez que hemos decidido evitarlos con nuestras virtudes para convertirlos en aciertos. Repudiemos el tragicismo de César Vallejo cuando, casi tirando la toalla -pero, admirablemente, no la tiró- escribe: “Hay ganas de no tener ganas, Señor”. Y es que, aunque con cierta crueldad pero con certeza, también se nos dice: “Abandonar la vida / sin haberla dejado más hermosa / que cuando la encontramos / bien merece morir de mala muerte / o no haber existido”.

Sabiendo que nada hay de vergonzoso en el error, puesto que es natural en el aprendizaje del vivir, escribe Master Hare: “Es necesario / equivocar la vida cada día / para aprender que hubiéramos podido / ser felices de haber sabido antes / que la única premisa es el error”. Igualmente, invitando a la superación de los errores mediante la humildad, la voluntad y el entusiasmo, y exaltando la valentía de iniciar, si fuera preciso, la propia reconstrucción desde las ruinas, también rubrica: “Entro en mi corazón y me pregunto / quién es el que me observa dolorido: / ¿el que fui, el que soy, el que seré? / Alzo mi voluntad y me respondo: / soy el que quiero ser más que el que fui”.

Por ese motivo, cuando La Metáfora -nombre común, y mayúsculo, del “sino sangriento” de M. Hernández, y tantos otros- nos acose, no consideremos que ha llegado el fin de los tiempos, sino que ese día es el primero del resto de nuestra vida, como dicen quienes saben vivir; y hagamos como Zorba el griego, ejemplo de entereza y exorcismo ante el error y la adversidad: el canto, el baile, el himno, el reclamo de la alegría como medicina frente a la fatalidad. Y repitamos con Shelley: “Si hubiéramos nacido para no llorar nunca / desconoceríamos el placer / de buscar el camino que lleva a la alegría. (...) Las canciones más dulces nacen de la tristeza” (A una alondra). Y si acaso nos dicen que el mundo es un torbellino y no debemos mantenernos al margen, digamos como la canción popular: “Dejemos que el mundo corra / mientras que no nos arrastre, / que no importa llegar antes, / sino gozar de las rosas / que hermosean el camino ...”.

Mirémonos y reconstruyámonos de modo que nos concedamos no solo un año nuevo y una vita nuova, sino una existencia renovada. Son más breves las noches que los días, y hay dos horas de luz por cada sombra. Retengamos la hermosa y sabia afirmación de Tagore: “Si lloras porque tus ojos no pueden ver el sol, tus lágrimas te impedirán ver las estrellas”.