Bach: Suite 3, Aria
Prosas para un poema (Villancico social)
Miro a mi alrededor; observo
las calles como un río de transeúntes
que creen conocer a dónde van;
el enhiesto semáforo pregunta
qué hace allí
y parpadea sorprendido porque
nadie hace caso de sus guiños rojos;
los automóviles compiten por
saltarse las señales;
una anciana se arrastra por el suelo
con la mano mendiga; en los rincones
de la noche se esnifan paraísos
artificiales: la televisión,
gran dictadora de la sociedad,
ocupa el santuario
de las divinidades de otro tiempo.
Los Padres de la Iglesia, más
astronautas que humanitarios, prestan
más atención al cielo que a la tierra.
Aquí dejan pudrir los alimentos
para que se equilibren las Economías
y allí equilibran la demografía
dejando morir de hambre a cuantos nacen.
Algún joven de sana juventud
carga la moto con
el estampido de una metralleta
y estudia, entre las aulas de la calle,
el oficio de gánster.
Los animales cada día son
más pacíficos
y el hombre es cada hora más
depredador.
La cultura es tan solo ya un derecho
que pocos consideran un deber.
Por otra parte, los nacionalismos,
chovinistamente,
hablan de que lo suyo es lo mejor
-pero no lo comparten-.
Los políticos tratan de salvar
sus poderes y olvidan
que hay que salvar a cada ciudadano
para la solidaridad.
Agunos encumbrados celebran conferencias
de paz mientras que otros
jalean la carrera armamentística.
En algunos países viven en la Prehistoria
y en otros se malmatan
igual que en el peor telediario.
Los misiles escriben el destino
en sus inmensos féretros volantes
y, mientras tanto, las palomas pierden
sus blancas alas y su simbolismo.
Al mismo tiempo que los asombrados
ojos de un niño demacrado asoman
su muerte -igual que una ventana abierta
hacia la vida-, un “yupi” carcajea
su gran negocio en el más alto páramo
del rascacielos de la vanidad.
Yo miro alrededor; vuelvo a mirar;
y pienso: “Esto es el mundo, no le des
más vueltas”.
Pero no sé dejar de darle vueltas
y, todavía menos, dar la espalda.
Lo malo es que tampoco sé -nadie lo sabe-
cómo hacer frente a este tiovivo
al que llamamos vida.
Lo cierto es que resulta escalofriante
pensar que una gran parte de este mundo
es solo un hospital inmensurable
que los maquilladores de las altas
finanzas nos disfrazan con colores
de fiesta y
que se pudre en el hambre y el dolor.
Y sin embargo, la existencia es un
lugar hermoso; y lo sería más
si hubiera menos gentes pervirtiéndola.
Muchos hacen felices a otros muchos,
y muchos más lo intentan.
¿Cómo evitar que el corazón
-el gran desconocido-,
también se tambalee
ante tanto seísmo?
Detengamos el mundo un solo día,
aboquemos las arcas de ese día
sobre el gran hospital, ya cementerio,
y el universo humano habrá cambiado.
Item más:
(Lo peor viene ahora: que también
yo acudiré al olvido, el gran invento
de la razón para sobrevivir).
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