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sábado, 16 de mayo de 2020

El abrazo del beso.

Ligeti: Lontano

Casi átomo tras átomo se aproximaba el labio al otro labio, recorriendo distancias ancestrales y espacios aún inexistentes, queriendo divisar el paraíso en la cercana boca a la que lentamente, con lentitud de cósmica distancia, parecía querer llegar y no llegar por sentir el disfrute de la humedad batiente de su pálpito y, a la vez, dilatar y esperar aquel encuentro con el edén soñado de las bocas juntándose, estallando y volviendo a la ebriedad primera de la carne, al nacimiento pleno de la luz, al origen de todos los principios, cuando el primer motor de la conciencia universal diseñó que un buen día iba a nacer en medio de la tierra y el agua, el fuego y las tormentas, una especie novísima que pasaría a llamarse, a falta de otro nombre, Amor, el árbol de la dicha. 

Se estremecieron todas las estrellas, y todos los océanos desbordaron su orilla mientras aquella sensación de ebriedad emotiva saltaba de una célula a otra y caían las ropas, se desnudaba el cuerpo y se unía la piel con otra piel, como dos meteoritos esperándose miles de eternidades, lúbricos, amorosos y expectantes.

Finalmente los rostros y los cuerpos se anillaron y ella y él, debajo de la noche y encima de la luz, se unieron en un beso. Y empezó el big-bang íntimo.

Desde entonces, el Amor es la única trinchera de este mundo.





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