Orff: Carmina burana
Sucedió que él era individualista, y ensimismado en su creación. En verdad, no existían para él más cosas que su arte, aunque amase como pocos cuanto es digno de ser amado en este mundo.
Y sucedió que una dama quiso poseerlo utilizando lo que para ella era el eje del universo: los dineros, la oferta sexual, la gratuidad de vivir sin preocuparse de vivir.
Y le dijo:
- Mientras estés conmigo no tienes que ocuparte más que de crear.
En tanto esto decía, se desfloripondió de joyas y de pieles, y su vestido fue cayendo lentamente. Se le acercó desnuda y lujuriosa como una moneda, cuyo único fin es comprar.
Estaban en uno de sus aposentos, al que ella lo había llevado precipitadamente y decidida a todo.
Él soportó aquel cuerpo y aquella vendimiaria ofrenda y calló mientras el estremecimiento sacudía a la mecenas gárgola. Pensó, naturalmente, que es lícito tratar de conseguir aquello que se anhela, pues siempre es mejor que la muerte cualquier carnalidad.
Entonces se apartó él y, sin querer herirla pero firme, dijo "vámonos", interrumpiendo aquella tentativa de la aviesa moneda.
Fue así como desde ese instante el artista, que había sido ensalzado como genio y figura, se convirtió en persecución de la rubia mecenas, cuyas guedejas de oro nunca fueron más falsas que el oro que creyó dueño del hombre.
Todo se volvió en contra, aunque él continuaba invicto. Porque ella poseía las armas materiales, pero él tenía las armas invencibles: su arte, su condición de artista.
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