Sabiendo los conquistadores de la ciudad que los hombres prefieren, ante todo y siempre, estar satisfechos consigo mismos -y que eso se da en primer lugar cuando se sienten deseados-, promulgaron un Ministerio del amor para darle a cada uno su ración afectiva, mantenerlos satisfechos y manejarlos como quisieran.
Lo primero que hizo el ministro del amor fue promulgar un tempus amoris; y satisfechas las necesidades físicas pensó en hacer lo propio con las síquicas; es decir: asignar a todos un enamorado, de manera que, sintiéndose felices en la intimidad -cada dos individuos como mínimo-, desearían un entorno igualmente feliz y todo se convertiría directamente en lo que en tiempos pasados se llamaba utopía -sin probabilidad de que llegase a ser una distopía-.
He aquí que Synale y Anáforo se conocieron en medio de estos cambios sociales y decidieron probar a vivir en el campo, donde los ejércitos de la mente y del cuerpo gobernaban o mandaban menos. De modo que fueron al campo y se llevaron, además de alimentos para una semana, dos o tres libros; el azar hizo que uno de ellos fuese Dafnish y Chloe, del antiguo Longo. En él aprendieron -véase el pasaje subrayado- a amarse tiernamente y furiosamente como corresponde a la naturaleza.
Pasó el tiempo y algunos observadores -que siempre los hay y suelen llamarse filósofos porque elucubran sofismas-, dijeron que no funcionaba bien aquello y que algunas cosas había que cambiar. Entonces el Ministerio del amor pasó a denominarse negocio de la carnalidad y el misticismo. Por una parte bien estaba el "si me tocas nos tocamos" y por otra el "si me sientes yo te siento"; pero cuando se hacían ejercicios de abstinencia no todos eran tan alegremente felices y pensaron que eso de los trovadores y el Midons sin carnalidades había que renovarlo, incluso suprimirlo; y en eso quedaron: en reunirse al día siguiente unos pocos para pensar en una buena y erótica solución.
Pero ya se sabe: los políticos prometen porque saben que el que promete somete.
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