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martes, 28 de febrero de 2017

Sin libros no hay paraísos

Verdi: Dies irae

La importancia del libro puede deducirse de lo que supuso Gutenberg con su imprenta: un cambio en la interpretación del mundo desde una conciencia culta. La lectura de otras opiniones razonadas llevó al destierro de la ignorancia, la tiranía del pensamiento y la superstición como fuente de la conducta. Propició el Humanismo de Erasmo y la Reforma de Lutero.
     Estos movimientos mostraron, junto con la visión de Copérnico, que no es un Dios Equilibrista sino el hombre -su curiosidad inteligente y metafísica- el demiurgo de todas las cosas; que solo el hombre recto y ético es capaz de ordenar los renglones aparentemente desordenados de la Naturaleza, además de poner orden -evitar toda corrupción- en esa sociedad por la que transitaba Diógenes con su linterna buscando un hombre justo. Cuántos diógenes hacen falta en la España -en el mundo- de hoy.
     Pero el mundo sigue como un tren imparable y cada pasajero se ha acomodado a su asiento: los buenos aceptando su destino y tratando de conversar noblemente con los otros viajeros; los malos aprovechándose de las buenas intenciones de los otros. Porque, tercamente, el único libro que se lee es el  titulado Recetario para ser el mejor caiga quien caiga
     Hasta que cae, también, arrastrado por la catástrofe social, el hombre ético.
     Qué bien comprendo a Larra cuando se dio un pistoletazo porque se sabía impotente ante la muchedumbre de su tiempo.