Audiolibro: Niebla
La vida es el lugar en el que aprendes / a morir, me repetía yo continuamente. Pero nunca conoces bien al tigre hasta que salta sobre ti y te descuartiza. De ahí las huidas por las calles empedradas de la gris Salamanca, mientras la nivola Niebla conducía a Augusto Pérez a su muerte a pesar de su visita a Unamuno, su creador, impotente para perdonarle la vida, tan matarife como un dios.
¿Dónde estaba la realidad? ¿En lo inventado por la pluma o también el plumífero es invento? ¡Cómo no iban a surgir Seis personajes en busca de autor?
Se desataba entonces el naufragio de todos los vivientes que yo había conocido en los libros y en la vida, de todos cuantos no había leído y jamás conocería; se desataba entonces la muerte universal como si la vida fuera una cacería sin sentido en la que todos éramos ciervos acechados por un indetenible cazador.
Tirso de Molina, con su determinismo en El condenado por desconfiado, parecía asomarse gritando que no era libre yo para vivir, para morir, y que era un sueño soñado por la niebla.
Mientras tanto, seguía la rutina: los alumnos soñando el aprobado, los profesores ajenos al alumno. Aprendí a inventar frases y atribuirlas a grandes estudiosos: mis exámenes, así, parecían brillantes; después me he ido inventando incluso a los autores. Era mucho más fácil que estudiar tanto letargo.
¡Total, todo es un sueño soñado por un maldito monstruo insomne!
¿Dónde estaba la realidad? ¿En lo inventado por la pluma o también el plumífero es invento? ¡Cómo no iban a surgir Seis personajes en busca de autor?
Se desataba entonces el naufragio de todos los vivientes que yo había conocido en los libros y en la vida, de todos cuantos no había leído y jamás conocería; se desataba entonces la muerte universal como si la vida fuera una cacería sin sentido en la que todos éramos ciervos acechados por un indetenible cazador.
Tirso de Molina, con su determinismo en El condenado por desconfiado, parecía asomarse gritando que no era libre yo para vivir, para morir, y que era un sueño soñado por la niebla.
Mientras tanto, seguía la rutina: los alumnos soñando el aprobado, los profesores ajenos al alumno. Aprendí a inventar frases y atribuirlas a grandes estudiosos: mis exámenes, así, parecían brillantes; después me he ido inventando incluso a los autores. Era mucho más fácil que estudiar tanto letargo.
¡Total, todo es un sueño soñado por un maldito monstruo insomne!
