Acostumbrado estaba a tener muchos espectadores, pero más al boicot de otros cuando sus actos se celebraban en su patria chica. Y no porque sean pocos los profetas en su tierra, porque él no tenía tierra ni era profeta-, sino porque el individualismo y el desdén del mundanal bullicio parecen soberbia y no justicia.
Eso pensaba.
Cuando de repente vio que esos sabios que lo ninguneaban iban recogiendo el repudio de los verdaderos y pocos sabios que en el mundo han sido: la única compañía y aplausos que tenían eran los de las muecas y piromeamientos con los que recíprocamente se mantenían aparentemente vivos.
Primus inter pares, se creían todos: olvidaban que, entre ellos, el primer primus era el último ultimus.
Primus inter pares, se creían todos: olvidaban que, entre ellos, el primer primus era el último ultimus.