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lunes, 13 de febrero de 2017

Los poderes del arte

Beetoven: Sonata "Claro de luna"

Los poderes del arte

Un día de 1267 Dante observa, al cruzar una pasarela, a una adolescente a la que llamará Beatriz en sus escritos: y siente la plenitud del amor, tanto que le construirá la catedral de la Divina comedia. Otro día de 1503 Leonardo contempla un rostro que se empeña en categorizar como el de la belleza y la serenidad: y talla con sus pinceles el manantial que es La Gioconda. Un tercer día, hacia1800, Beethoven sueña con el amor de Giulietta Guicchiardi: y compone el diamante de la sonata “Claro de luna”. 
     Tres hitos, tres instantes, tres trincheras de la sensibilidad contra este mundo tan insensible al corazón. Hoy leemos la Vita Nuova, contemplamos a Madonna Elisa, escuchamos el Claro de luna: y de repente, se produce el milagro: renacen junto a nosotros Dante, Leonardo y Beethoven: y somos ellos por un momento, se nos agolpa misteriosamente su magia y la mitología de un breve paraíso. 
     Ese es el poder del arte: la transfiguración de nuestra realidad cotidiana en otra con la que soñamos y que nos enjoya la existencia. Porque Dante viene acompañado de la revolución poética y filosófica del Renacimiento: y son Petrarca, Garcilaso, el Siglo de Oro, Lope, Góngora, Quevedo, Bécquer, Juan Ramón Jiménez… quienes se instalan en nuestra mente para seguir viajando hacia el futuro.
     Lo mismo nos ocurre con la súbita resurrección de Leonardo y Beethoven: se sientan junto a nosotros y nos traen todo su tiempo, y el tiempo que los hizo posibles, y el tiempo que ellos ayudaron a crear… esos mundos llamados Wagner o Malher, Rubens o Velázquez… ¿No es, por tanto, el Arte el mayor Dios y la mejor panacea? ¿Qué otra constelación de qué universo dignifica más al hombre? ¿Es el océano como El mar de Debussy o Rimski? ¿Son las montañas tan plenas como la catedral de Rouen? ¿Algún viajero hay mejor que Ulises? ¿Está la vida tan viva como en La montaña mágica, de Mann? ¿Acaso existe algún cielo más divino que la Capilla Sixtina? ¿Algún soñador más ejemplar que Don Quijote? ¿Algún himno a la esperanza mayor que el de La Novena Sinfonía? ¿Algunos enamorados más fascinantes que Romeo y Julieta? ¿Un éxtasis más alto que el de Yepes? Y así, innumerablemente… Y no se trata de acudir al arte para huir de la prosa cotidiana, sino de luchar para que irrumpa la lírica interior, el corazón que ansía mejorar el mundo. ¿Cuál es la realidad, la que vemos con nuestros ojos o a través de los del creador de cuadros, música, poemas? 
     Y ya todo es así. Por ejemplo: oímos un alegato contra la guerra; ¿y no nos conciencian más el War Requiem, el Guernica o Senderos de gloria (Britten, Picasso, Kubrick) que cualquier invectiva contra los misiles? 
     Hay muchas obras del hombre que nos dicen que luchar por la utopía es mejor que no soñarla, sobre todo cuando algunos de esos sueños se constituyen en el auténtico referente de la condición humana, tanto individual como social. 
     Eso es lo que hay que mostrar -empezando en las aulas-: que el hombre lleva dentro un firmamento con más fulgor que cualquier otra galaxia, que la pulsión creativa del ser humano es tan fuerte e inevitable como la hipnosis del fútbol o los juegos de ordenador, aunque estos los patrocine el arte intrascendente de la Economía.