5.-
Era de noche. El río de la pluma,
armonioso y sediento, se expandía
como un rumor al traducir los versos
en el silencio de la biblioteca.
Vencidos, los troyanos
cedían a la astucia y a la espada,
y el fragor ascendía hasta el cuaderno
donde rememorabas su epopeya.
Páginas adelante, yo escuchaba
el mar dentro del pecho lujurioso
de Circe y Odiseo. Un vendaval
brizó mi corazón y el tuyo; fuimos
arrastrados entre los anaqueles
igual que dos guerreros cuyas armas
fueran muerdos y besos.
Éramos, en aquel silencio oscuro,
argonautas del cuerpo, y encontramos
el alma en nuestro abrazo.
El ruido de los astros penetraba
como un bajel por la ventana abierta.
Nadie observó el prodigio, nadie vio
la transfiguración de aquel instante.
Y en aquella penumbra esplendorosa
regresamos al cauce de los libros,
donde Dido y Eneas esperaban,
contagiados tal vez de nuestro fuego,
para que nuestros ojos los unieran.
6.-
A veces no recuerdo si fui contigo o vas
conmigo en la mañana solitaria,
contando nubes, descubriendo naves
que el horizonte acerca entre las dunas de agua,
o mirando en los templos vidrieras que parecen
viejos escaparates de los cielos
o, tal vez, cuando hallamos, sorprendidos,
pequeños palafitos sobre el Tormes,
bajo el romano puente,
torres de catedrales, verdes álamos,
tantos rostros de la naturaleza
que fuimos encontrando cuando éramos felices
y el mundo era una casa
que llamábamos nuestra.