Comenta una lectora marisísima, gonzálezmente en Facebook, y a propósito de mi entradilla de hace dos días (Epicureísmos), que el placer lleva implícitos la culpa y el pecado. Enseñanza es esa de los representantes de algunos dioses en la tierra. Las religiones hacen como los políticos: en cuanto les das tu voto lo utilizan como quieren, no para lo que se lo cediste.
¿Cómo va a ser pecado seguir los dictados de los genes? Los genes impulsan a la huida del dolor y a la búsqueda del gozo. Si un Dios de la Naturaleza crea esa pulsión, ¿cómo no seguirla y quién puede declararla peligrosa o prohibida? Así nace la represión, la castración de lo natural, el sufrimiento destructor de la armonía de la mente. ¿Por qué culparse por intentar ser feliz -si no es a costa de los otros-? Todo instinto reprimido se convierte en espada contra sí mismo (algo así decía Freud).
Incluso los juristas y eclesiásticos sensatos comprenden que no hay culpa en la acción si no hay mala intención. Ejemplo:
En mi primera adolescencia, cuando no confesarse era comprar un billete hacia el Infierno, hube de hacerlo, avergonzadísimo, porque ya no soportaba el sentimiento de culpa por algo que no había hecho: pero había tenido un sueño erótico con la mismísima Virgen María (los profesores, hijos de la Iglesia, me la habían pintado tan hermosa y tan tan que claro...). Pues bien: el confesor, no sé si por ser él liberal o porque yo tocaba madera -la del confesionario- me perdonó por impremeditación; y a cambio solo me cobró, precisamente, tres avemarías.
Eso si que sí que sí que...
(Desde entonces lo hago todo impremeditadamente...).
En mi primera adolescencia, cuando no confesarse era comprar un billete hacia el Infierno, hube de hacerlo, avergonzadísimo, porque ya no soportaba el sentimiento de culpa por algo que no había hecho: pero había tenido un sueño erótico con la mismísima Virgen María (los profesores, hijos de la Iglesia, me la habían pintado tan hermosa y tan tan que claro...). Pues bien: el confesor, no sé si por ser él liberal o porque yo tocaba madera -la del confesionario- me perdonó por impremeditación; y a cambio solo me cobró, precisamente, tres avemarías.
Eso si que sí que sí que...
(Desde entonces lo hago todo impremeditadamente...).