Visitas

Seguidores

viernes, 17 de junio de 2016

La impremeditación





Comenta una lectora marisísima, gonzálezmente en Facebook, y a propósito de mi entradilla de hace dos días (Epicureísmos), que el placer lleva implícitos la culpa y el pecado. Enseñanza es esa de los representantes de algunos dioses en la tierra. Las religiones hacen como los políticos: en cuanto les das tu voto lo utilizan como quieren, no para lo que se lo cediste. 
     ¿Cómo va a ser pecado seguir los dictados de los genes? Los genes impulsan a la huida del dolor y a la búsqueda del gozo. Si un Dios de la Naturaleza crea esa pulsión, ¿cómo no seguirla y quién puede declararla peligrosa o prohibida? Así nace la represión, la castración de lo natural, el sufrimiento destructor de la armonía de la mente. ¿Por qué culparse por intentar ser feliz -si no es a costa de los otros-? Todo instinto reprimido se convierte en espada contra sí mismo (algo así decía Freud).
     Incluso los juristas y eclesiásticos sensatos comprenden que no hay culpa en la acción si no hay mala intención. Ejemplo: 
     En mi primera adolescencia, cuando no confesarse era comprar un billete hacia el Infierno, hube de hacerlo, avergonzadísimo, porque ya no soportaba el sentimiento de culpa por algo que no había hecho: pero había tenido un sueño erótico con la mismísima Virgen María (los profesores, hijos de la Iglesia, me la habían pintado tan hermosa y tan tan que claro...). Pues bien: el confesor, no sé si por ser él liberal o porque yo tocaba madera -la del confesionario- me perdonó por impremeditación; y a cambio solo me cobró, precisamente, tres avemarías.
     Eso si que sí que sí que...
     (Desde entonces lo hago todo impremeditadamente...).