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domingo, 26 de junio de 2016

El poema mejor, el relato mejor...


Shostakovich: Cuarteto 8, I

Todos los grandes textos tienen un factor común: hablan de lo esencial del hombre sin olvidarse de aliñarlo, para mejor saborearlo, con lo circunstancial, pero con la prevención de que esto último no desplace lo anterior, no canse con su prolijidad, sino que sea el justo condimento para hilar lo sustancial. Y lo esencial humano ha sido lo que es: el amor, el dolor, la existencia, la muerte; y sus intersecciones y sus variaciones: pasión, celos, poder, melancolía, redención, venganza, crimen... Sentimientos esquivos del sentimentalismo y troquelados por la reflexión sin desmesura. 
     ¿De qué nos hablan Los Karamazov, Hamlet... las grandes obras? Condensan en unas páginas el tiempo y el espacio, los caracteres, los comportamientos del espíritu y el cuerpo, los movimientos colectivos, las múltiples historias de la historia en una historia en la que se nos expone todo cuanto un hombre es o puede ser, sin que el anecdotario o el intelectualismo asfixien el tema. Esos temas tejen las vidas de los hombres, cultos e incultos, corteses y vulgares. Y nadie ama más a otro que a sí mismo, por muchos amores que tuviere. De modo que todos queremos vernos como somos y, mejor, como creemos que somos, visión que siempre resulta ser una imagen hermoseada de la que nos retrataría. 
     Por lo tanto: solo quien tiene un espejo ante sí puede reconocerse. Por eso toda escritura y arte constituyen una autobiografía síquica en la que los demás pueden reconocerse.
     Y en resolución: quien consigue fabricar el espejo adecuado hallará muchos que deseen contemplarse en él. 
     Ahora bien: Para vender espejos, ¿es lícito falsificarles su reflejo? 
     Hay que mostrar el rostro: la identidad. El lector solo es una perspectiva.