El instinto de supervivencia empuja al ser humano a huir del dolor a toda costa para conservar la vida. Es decir: a buscar el bienestar, el placer y todo aquello que aleja de la enfermedad y la muerte. Sin embargo muchas culturas, como el cristianismo, descubrieron un método sacratísimo: añaden al sufrimiento de saber que hay que morir el dolor de sufrir en esta vida como fórmula para salvarse y conseguir otra existencia. Contra el hedonismo excesivo oponen la abstinencia total, incluso los cilicios de toda clase.
¿No es de obtusos tal filosofía puesto que para paliar el malestar de morir propone como medicamento el malestar de no vivir sino sufrientemente?
Si Epicuro decía que la felicidad consiste en la ausencia de dolor, algún malversador de Jesucristo promulgó que el padecimiento es la mejor moneda para comprar el Paraíso. Y eso es castrar -precisamente- el instinto de supervivencia.
Puesto que se cosecha lo que se siembra y el mañana es un fruto del presente, ¿no sería mejor regirse por el principio del placer: algo así como goza cuanto puedas siempre que tu gozo no impida el gozo ajeno?
Si Epicuro decía que la felicidad consiste en la ausencia de dolor, algún malversador de Jesucristo promulgó que el padecimiento es la mejor moneda para comprar el Paraíso. Y eso es castrar -precisamente- el instinto de supervivencia.
Puesto que se cosecha lo que se siembra y el mañana es un fruto del presente, ¿no sería mejor regirse por el principio del placer: algo así como goza cuanto puedas siempre que tu gozo no impida el gozo ajeno?