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martes, 15 de marzo de 2016

La hidalguía del lenguajo

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Opinión.- INFORMACIÓN
ANTONIO GRACIA 15.03.2016 | 01:10



Falta de talento y perspectiva muestra quien mantiene el machismo o lo sustituye por un feminismo. Un poco más rucio que el rucio de Sancho Panza parece quien niega la igualdad de hombres y mujeres ante los derechos y deberes. Pero también escasa inteligencia manifiestan quienes consideran que cualquier fin justifica cualquier medio. 
Las circunstancias suelen ocultar las esencias y desvalijarlas de su sustancial contenido. Claro está que el lenguaje es depositario de lo que piensa una sociedad o uno de sus miembros. Pero antes que hombres y mujeres somos personas, y debemos serlo con sensatez. 
Por eso me parece insensato, por ejemplo, decir todos y todas, puesto que la lengua, y el pensamiento, incluye a todos en «todos», aunque se pretenda que excluye a todas. Si hay que lavar el lenguaje para descontaminarlo de sus atavismos y ríos subterráneos, sexismos y contrasexismos, que no sea reduplicando los contenidos, cosa contraria al principio de economía verbal. No me importa que sea «todas» la palabra que incluye a todos. Sin embargo, no me suena muy bien peatona, por ejemplo. Tampoco mujeras y hombros, que es adonde quieren llevar el idioma –o el idiomo– algunos criterios y criterias deslumbrantes y deslumbrantas. No es eso lo que pretendieron Mary Wollstonecraf ni Simone de Beauvoir, por ejemplo, ni, tampoco, cuantas han luchado por los derechos humanos de todos los humanos, sea cual sea su condición. 
El hombre, en su carrera histórica, se ha enfrentado a demasiados monstruos ideológicos; y los ha vencido. Ahora la mujer vencerá los prejuicios de algunos hombres, monstruosos en sus contumacias. 
En la película "Mi querida señor" juez, Jill Clayburgh, cuestionada como válida para formar parte del Tribunal Supremo americano, dice que «ovular no impide pensar». Y eso es todo lo que se necesita: ser capaces de estructurar lúcidos pensamientos que nos lleven a la conclusión de que no es necesario hablar de hombras y mujeros para calificar, por poner un ejemplo, a quienes cambian de sexo.
Seamos más juiciosos y juiciosas y adoptemos o adoptemas el género epiceno o la génera epicena inventando palabras y palabros que sustituyan o sustituyon las y los que ya existen y puedan existencionar.
 O evitemos caer en ese absurdo y mentalicémonos: los sexistas ya no tienen cabida en este mundo: así que ¿para qué tener en cuenta sus macarronismos?