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ANTONIO GRACIA 17.03.2016 | 04:52
Observando la fauna política que nos rodea, pocas esperanzas quedan para la ilusión. Porque la dignidad de un hombre se mide por su incapacidad para venderse. Sin embargo, ¿cuántos hay, en verdad, de estos, y por cuánto tiempo?
«Nunca podrás ser rico si no eres digno de ser llamado ladrón», recuerdo que se dice en Yojimbo, una película de Kurosawa. Y ese robo o dejación de la dignidad, y la consecuente imposición de la impunidad, es lo que parece regir la política de nuestros días, convertida en espectáculo televisivo. Parece predicársenos que todos tenemos licencia para robar porque todos -si ocupamos un cargo de representatividad social- tenemos asegurada la disculpa, o gran parte de la culpa y su castigo, con tal de que el robo sea lo suficientemente importante como para convertirse en noticia mayoritaria -y, por lo tanto, en trinchera para esconder otras corrupciones-.
¿Y qué haremos, qué harás? ¿Cambiar solamente de políticos?
Dale la mano a tu alumno, o a tu hijo. Ayúdale a que comprenda cuanto le rodea, o una sola cosa que le importe mucho. En cuanto distinga entre su esencia y circunstancia, su necesidad o conveniencia, su bondad o su maldad, su solidaridad o su egoísmo, y que solo vale aquello que nos proporciona el bienestar de saber que lo hemos ganado con nuestro esfuerzo, habrás conseguido enseñarle el principio regenerativo de todos los principios de este mundo: la responsabilidad ante sus actos -el aprendizaje raigal de todos los demás- y el rechazo de la impunidad, que es el mayor mal que triunfa en nuestro entorno.
Es probable que de esa semilla broten nuevos políticos.