Siempre la escritura me sirvió de trinchera contra los fantasmas del infierno y la acechanza de la muerte. Creía yo que, puesto que yo era nadie para mí y los demás, tal vez conseguiría ser alguien útil para mí mismo y para el mundo a través de mi palabra. Y solo la escritura me procuraba algún sosiego porque paliaba la inutilidad y la indefensión.
Pero todos tenemos un techo mental, y llegó un instante en que mi intelecto alcanzó el suyo: supe definitivamente que si algo había construido nada más construiría; y fui consciente de que mis limitaciones alejaban de mí toda aportación a mí mismo y al mundo. Tropecé con la muerte verdadera: la de ser yermo para mí y mis semejantes; y la de hallar que los años no atemperan, sino que desesperan cuando se lleva demasiado tiempo esperando lo imposible.
Devastaciones, sueños, podría calificar mi torpe herencia. Dolor siento, no culpa: porque no fui ambicioso de circunstancias, sino de intimidades.
Pero todos tenemos un techo mental, y llegó un instante en que mi intelecto alcanzó el suyo: supe definitivamente que si algo había construido nada más construiría; y fui consciente de que mis limitaciones alejaban de mí toda aportación a mí mismo y al mundo. Tropecé con la muerte verdadera: la de ser yermo para mí y mis semejantes; y la de hallar que los años no atemperan, sino que desesperan cuando se lleva demasiado tiempo esperando lo imposible.
Devastaciones, sueños, podría calificar mi torpe herencia. Dolor siento, no culpa: porque no fui ambicioso de circunstancias, sino de intimidades.