Esa ha sido la historia de la tradición: insertar lo nuevo en lo clásico, armonizarlo, establecer un nuevo equilibrio.
Sin embargo, en algún momento del último siglo, lo novedoso abjuró de ser un medio para hallar la eficacia expresiva y trató de transformarse en un fin en sí mismo.
Ahora bien: las vanguardias son necesarias para aprender de su experimentación y abrir nuevas ventanas, por lo que el experimentalismo no es más que un utillaje, un medio, no una meta. Por eso hay que mirar con minuciosidad las obras actuales -y revisar las anteriores-: porque no todas las construye el hombre que se sabe sujeto de la Historia, sino el pretencioso artista edificador de objetos para la historia del Arte. Ese que pretende innovar aunque sea en el vacío para distinguirse como diferente.
Sin embargo, el estilo es el hombre -ya lo decía Buffon-, y nada vale cuanto no es su espejo y se queda en objeto. Hay demasiadas ocurrencias que, bien promocionadas, pasan a engrosar el mundo del arte aunque solo sean artesanías artísticas de paso.
La meta es la densidad de la identidad, no el abalorio. Porque el arte debe ser la física del corazón resuelta con ecuaciones de la razón.
Sin embargo, el estilo es el hombre -ya lo decía Buffon-, y nada vale cuanto no es su espejo y se queda en objeto. Hay demasiadas ocurrencias que, bien promocionadas, pasan a engrosar el mundo del arte aunque solo sean artesanías artísticas de paso.
La meta es la densidad de la identidad, no el abalorio. Porque el arte debe ser la física del corazón resuelta con ecuaciones de la razón.