D. G. Rosseti: B. Beatrix
Rossetti
El asedio
Una mujer alzada de su tumba
me está mirando, y con sus ojos tristes
hechiza mis sentidos. En el bosque
las hojas secas caen desde el árbol
y fecundan la tierra. El agua mansa
llueve como un rocío. El arcoíris,
igual que una cascada sideral,
detiene la tormenta. El mundo gira
desde el amanecer hasta el ocaso
en su noria perenne. El firmamento,
como un mar navegado por estrellas,
va desde un infinito a otro infinito
incomprensible, gélido y hermoso,
igual que un argonauta inacabable
me está mirando, y con sus ojos tristes
hechiza mis sentidos. En el bosque
las hojas secas caen desde el árbol
y fecundan la tierra. El agua mansa
llueve como un rocío. El arcoíris,
igual que una cascada sideral,
detiene la tormenta. El mundo gira
desde el amanecer hasta el ocaso
en su noria perenne. El firmamento,
como un mar navegado por estrellas,
va desde un infinito a otro infinito
incomprensible, gélido y hermoso,
igual que un argonauta inacabable
cuyo viaje comienza en donde acaba,
pues su causa es su fin.
Una mujer
Una mujer
alzada de la tumba me sonríe:
En su rostro velado hay profecías,
vértigos, hecatombes, sortilegios,
En su rostro velado hay profecías,
vértigos, hecatombes, sortilegios,
arabescos y embrujos en el aire.
Su cuerpo es una danza que sacude
su más intima carne y me succiona
hasta su templo abierto.
Su cuerpo es una danza que sacude
su más intima carne y me succiona
hasta su templo abierto.
Al otro lado
de su febril abrazo hay sombras
o tal vez una luz definitiva.
Cede mi voluntad concupiscente
a su fascinación inexorable.
o tal vez una luz definitiva.
Cede mi voluntad concupiscente
a su fascinación inexorable.