Barber: Adagio
Sin embargo, solo unos pocos consiguen ese estado emocional; otros padecen el olvido, la injusticia, el repudio injustificado de los demás. No hallan amor, no le encuentran sentido a su existencia, soñaron en su infancia con lo que no pueden alcanzar, el mundo les parece un estruendo, el conformismo de la mayoría lo sienten como una rendición... y les atenaza el desengaño, la melancolía, el infinito tedio, la pesadumbre de "el alma, que ambiciona un paraíso / buscándolo sin fe", en palabras de Bécquer.
Supongo que el poema de ayer inserto en este blog no es sino la conclusión final de esas y otras premisas.
El desencanto
Aceptar que una estrella silenciosa
es, en verdad, el fuego de un infierno,
y que en el resplandor del alba hermosa
nace la noche con su breve invierno.
Admitir que la muerte lujuriosa
se engendra ya en el cíngulo materno
y florece en el lirio y en la rosa
porque todo es fugaz y nada eterno.
Comprender que son vanos los empeños
del vivir por huir de un fin amargo
y que al hombre lo rige el desengaño.
Saber que el corazón inventa sueños
para sobrevivir: y, sin embargo,
Su título viene a señalar que "El desencanto" universal y metafísico es el tema que tratan los versos, surgidos de la conciencia lejana de construir un poema con un corsé determinado -el soneto- que contuviese un tema dictado más por el confesionalismo inconsciente que por la voluntad.
Y sin embargo, esa conciencia poética neblinosa ya lleva unidos fondo y forma, contenido y estructura, como si un arquitecto lo hubiese planificado en su diseño antes de empezar la construcción de la pirámide. Todo en una amalgama que, al terminarla, no deja de sorprender al propio autor, que ve cómo la pluma es la que dirige la orquestación del texto y combina cómputo rítmico, rima y conceptos con disculpable habilidad, puesto que en su acervo humano y cultural se han unido, a fuego y nieve, y mal que bien, inspiración y técnica:
El poema ancla sus cuatro partes en sendos infinitivos a comienzo de cada estrofa ("aceptar", "admitir", "comprender", "saber"), y ese paralelismo, al verse amplificado por otros cinco infinitivos más en los tercetos, insiste en una actividad de contrarios: porque frente a lo férreo del diseño no hay rotundidad, sino despojo, asunción melancólica de la condición mortal.
El contenido, como digo, se apoya en la unidad de contrarios, la antítesis identificativa, el hecho de que el ser humano está formado por ansias y fracasos, sueños y desengaños, cielo e infierno. De este modo lo positivo es siempre negativo, o entraña su destrucción: la "estrella silenciosa" es realmente el "fuego de un infierno"; la oscuridad de la "noche" nace en la luz del "alba"; la "muerte" se gesta en el "útero" (recordando "la cuna y la sepultura", de Quevedo, o "De la cuna a la tumba", de Víctor Hugo-Liszt), con lo cual el "lirio" y la "rosa", símbolos de la pureza y lozanía, descubren su rostro de cadáveres de presunta eternidad: la podredumbre de la inmensidad; las huidas, o el "huir", de la muerte son vanas, puesto que, como en el romance de "El enamorado y la muerte", esta está rondando al pie del torreón salvador; finalmente, los "sueños" con los que el hombre se defiende no consiguen embotar la conciencia de la mortalidad: y llega el desencanto. Ese al que otros han llamado "planto", "dolorido sentir", "pena negra", "spleen", "tedio", "heraldos negros", "sinsentido"...