1.- Cuando me preguntan por qué escribo, o para qué y cuestiones similares, solo se me ocurre decir que para encontrar mi nombre verdadero: para identificarme y librarme de mí.
El origen tal vez esté en que yo fui un niño triste y solitario que solo contaba sus indefensiones al papel y al lápiz, es decir -ahora lo sé-, a sí mismo -a mí mismo-, que era a su vez un otro que pudiera comprenderlo, abrazarlo, tal vez quererlo. Supongo que en buena medida sigue siendo aquel infante el que vive y escribe hoy y se mantiene lejos, sin interlocutores, dueño de su solitariedad, esclavo de ella.
Esa es la verdadera razón de la palabra: hallar la identidad, buscar una razón para seguir viviendo como debiéramos ser y no solo como somos; disculpar al demiurgo que nos dio la existencia, aceptar la orfandad de nuestro ser, el sinsentido del vivir, amar nuestra precariedad bajo el triste infinito prometido: amarnos a nosotros mismos, que es la más ardua tarea. No es extraño que ahora recuerde que Mozart confesaba componer para que lo quisieran, y que García Márquez decía escribir con el mismo fin... Lo cierto es que solo he sentido cierta redención y sosiego las escasas veces que he escrito algo que me parecía digno y consideraba de validez universal.
Esa es la verdadera razón de la palabra: hallar la identidad, buscar una razón para seguir viviendo como debiéramos ser y no solo como somos; disculpar al demiurgo que nos dio la existencia, aceptar la orfandad de nuestro ser, el sinsentido del vivir, amar nuestra precariedad bajo el triste infinito prometido: amarnos a nosotros mismos, que es la más ardua tarea. No es extraño que ahora recuerde que Mozart confesaba componer para que lo quisieran, y que García Márquez decía escribir con el mismo fin... Lo cierto es que solo he sentido cierta redención y sosiego las escasas veces que he escrito algo que me parecía digno y consideraba de validez universal.
2.- Las otras consideraciones sobre la escritura son racionalizaciones para entender o etiquetar el laberinto: éticas, poéticas, estéticas... Todo cuanto viene tras la escritura íntima y solitaria pertenece al oficio artesanal, necesario para que lo que se dice esté mejor dicho. Tras la escritura y publicatura de un libro llegan las poéticas a posteriori: lirismo, prosaísmo, hermetismo, sencillez... Y la repercusión social, el éxito o fracaso, y otras lindezas mundanales, son falsos resplandores que tal vez ayuden a la autoestima, aunque solo sean perspectivas analíticas.
Pero, como digo, el primer impulso -al menos para mí- es el del hallazgo del yo, su desentrañamiento, aunque se traten temas que en principio son o parecen tangenciales a esa búsqueda. Porque toda escritura -todo arte- es autobiografismo síquico. Supongo que lo mismo hace el lector, y yo como lector: leo para encontrar en los otros lo que mi yo necesita para reconocerse y construirse. Por eso quien más lectores tiene a lo largo de los siglos es aquel que aúna en sus textos los rasgos distintivos del ser humano. Y por eso el libro más cabal es el que el lector siente que ha sido escrito para él, aunque sepa que el autor lo escribió para sí mismo.