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jueves, 29 de enero de 2015

Amor más poderoso que la muerte


1.- Suelo leer antologías porque, aunque sean miradas parciales, también son filtros de una época o una poética. Los poemas escogidos por los distintos antólogos varían, desapareciendo unos y asomándose otros, con lo que se muestra que la relectura es el mejor filtro para lo que permanece. Para las novedades editoriales, esas que se anuncian como la gran esperanza de la poesía límpida, me reservo un asiento en las grandes librerías y supermercados, y allí las ojeo como lo que suelen ser: mercancías.
     Es curioso constatar que en esas antologías se dedican más páginas a los últimos siglos que a los primeros de nuestro idioma poético, no sé si por desconocimiento de lo último escrito, que suele dar por novedoso lo caduco y sin tradición, o por el chovinismo temporal, que induce a considerar que los últimos siglos, como más nuestros, son mejores -aunque me parecen más verborreicos y muchedumbrosos-.
     Yo prefiero el buen poema, venga de donde viniere: el que mantiene vivo su decir a pesar de los siglos o las décadas. 
***
2.- Véanse estos dos romances, que muestran la cara y envés de la relación entre el amor y la muerte, tan presente en la Historia de la Literatura porque lo está en la del hombre. Los dos, profundamente líricos, están construidos por un diálogo forjado con base narrativa y, naturalmente, en ritmo octosilábico. De los dos puede decirse que son semilla para el canon poético universal que en castellano podemos bautizar, quevedianamente, como "Amor constante más allá de la muerte": la honda necesidad de que el amor sea inmortal, y con él nuestro espíritu atraviese los siglos y el espacio. 
   El Romance de El enamorado y la muerte guillotina la esperanza de quien ama, pues este cree vanamente que su amada es el antídoto contra la muerte; el de El Conde Olinos, no obstante introducir también la muerte inevitable, establece un vínculo unitivo entre los amantes, quienes sobreviven resurrectos en una especie de reencarnación en la naturaleza:
  El enamorado y la muerte

Un sueño soñaba anoche   soñito del alma mía, 
soñaba con mis amores,   que en mis brazos los tenía. 
Vi entrar señora tan blanca,   muy más que la nieve fría. 
-¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida? 
Las puertas están cerradas,   ventanas y celosías. 
—No soy el amor, amante:   la Muerte que Dios te envía. 
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,   déjame vivir un día! 
—Un día no puede ser,   una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba,   más deprisa se vestía; 
ya se va para la calle,   en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca,   ábreme la puerta, niña! 
—¿Cómo te podré yo abrir   si la ocasión no es venida? 
Mi padre no fue al palacio,   mi madre no está dormida. 
—Si no me abres esta noche,   ya no me abrirás, querida; 
la Muerte me está buscando,   junto a ti vida sería. 
—Vete bajo la ventana   donde labraba y cosía, 
te echaré cordón de seda   para que subas arriba, 
y si el cordón no alcanzare,   mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;   la muerte que allí venía: 
—Vamos, el enamorado,   que la hora ya está cumplida.


Romance del Conde Olinos

Madrugaba el Conde Olinos    mañanita de San Juan
a dar agua a su caballo,    a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe,    canta un hermoso cantar,
las aves que iban volando    se paraban a escuchar.
Bebe, mi caballo, bebe,    Dios te me libre de mal,
de los vientos de la tierra    y de las furias del mar.
La reina lo estaba oyendo     desde su palacio real.
- Mira, hija, cómo canta     la sirena de la mar.
- No es la sirenita, madre,     que esa tiene otro cantar,
es la voz del Conde Olinos,     que me canta a mí un cantar.
- Si es la voz del Conde Olinos,     yo lo mandaré matar,
que para casar contigo     le falta la sangre real.
- No le mande matar, madre,     no le mande usted matar,
que si mata al Conde Olinos,     a mí la muerte me da.
Guardias mandaba la reina     al Conde Olinos buscar,
que le maten a lanzadas     y echen su cuerpo a la mar.
La infantina con gran pena     no dejaba de llorar;
él murió a la medianoche,    y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes    la entierran en el altar,
y a él como hijo de condes     cuatro pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,     de él nació un espino alvar;
crece el uno, crece el otro,    los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,     ambos los mandó cortar,
el galán que los cortaba     no dejaba de llorar.
De ella naciera una garza,     de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,     juntos se van a posar.

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