Se amaban tanto que temían que aquel amor muriese, o decreciera, o que uno de los dos siguiese amando y el otro ya no amase. Era un infierno incombustible encerrado en un paraíso, un continente dentro de una isla, un vendaval en plena calma. Y lo que había sido plenitud y dicha se fue transformando en pasión atormentada, insatisfecho encuentro, estrategias para no perder al otro, laberinto de conductas que apenas dejaban ya entrever los sentimientos.
Los besos ya no eran de fuego, sino ascuas que dolían, y el miedo a perder la mutua compañía se convirtió en soledad de cada uno. La felicidad que le habían conquistado al mundo con su pequeño mundo se marchitaba, y por temor a perder lo que vivían en un mañana gris perdieron el presente.