Chopin: Opus 10, nº 3 ("Tristeza")
Claudia no pudo soportar el fracaso de su relación sentimental y se sumió en una melancolía enfermiza y depresiva. Su vida se transformó en una inmensa caja rota cuyas astillas se le clavaban inexorablemente.
Cuando, pasado mucho tiempo, recuperó cierto equilibrio, su temor al sufrimiento se hizo tan poderoso que, sin proponérselo, acorazó su corazón de modo que la cota de mallas con la que lo vistió impidiera pasar cualquier sentimiento: porque, insensibilizándose, nada le dañaría.
Pasaba la existencia y Claudia no sufría desengaños, ya que el escudo detenía cualquier flecha que pudiera ilusionarla y, por lo tanto, según ella, desilusionarla y destruirla.
Ni Pedro, ni Juan, ni Felipe consiguieron arrancarle una cita, un beso, una lágrima. No había vuelto a llorar; y tampoco a reír.