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miércoles, 5 de diciembre de 2012

El abrazo sin rostro


Offenbach: Barcarola

Laura cuidaba de sus tres hijos, olvidaba a su ex-marido y se aferraba a la memoria de su padre como si la nostalgia fuese capaz de resucitar el tiempo desbocado por los desfiladeros del ayer.

Enseñar era su profesión; y, asimismo, intentaba que su corazón, volcado en sueños, aprendiese templanza. 

Inteligente, apasionada y ávida de ternura, fotografiaba cuanto hubiese querido poseer para adornar su mundo de una forma serena y transparente.  

Para ella la utopía era algo alcanzable mediante el amor y el carpe diem, verdaderos transfiguradores de la prosa cotidiana. Adoraba el instante y desdeñaba la temporalidad. Buscaba una palabra que la definiera y encontró un talismán en el sonido "índigo". Lo pronunciaba cada vez que  quería transformar su alrededor. 

Un día se enamoró de uno de sus sueños azules. Y cuando abrió aquel regalo y vio el verdadero rostro de los sueños se marchitaron todos los añiles y las rosas con que había tejido su esperanza.

Entonces, la besé.

Brotaron estos versos:

Aspira el alma a conseguir la dicha.
Pero el hombre es un ser que se define
como un camino hacia ningún lugar.


Lloréns Ferri