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domingo, 9 de diciembre de 2012

El abrazo placebo

Schubert: La muerte y la doncella

Nuria temía tanto fracasar de nuevo en sus relaciones amorosas que, involuntariamente, había convertido su existencia en una huida de los hombres. No los odiaba: seguía amándolos y soñando con ellos; pero su fracaso le hacía sentirse indigna de ser amada y creía que, en el mejor de los casos, volverían a abandonarla. De modo que, para no sentir dolor, evitaba su causa: el amor. Como tantas otras personas desdichadas, convirtió la excepción en regla y su miedo a fracasar en causa de sus fracasos.

Fue así como fue evitando las relaciones personales y aislándose. Y así fue como encontró en el anonimato de Internet una vida virtual que suplantaba la real. En ese universo los cuerpos no existían y el dolor no podría existir porque no es  igual que te rechacen una mente y un cuerpo sensibles y amorosos, sutiles e inteligentes a los que has amado, que separarse de un millar de palabras, aunque sentidas, frías o tal vez calculadas.

Un día como otro empezó a cartearse con un desconocido, y sus cartas le resultaron tan singulares que, correo tras correo, las palabras iban cobrando vida y parecían hablarle con voz y con presencia. Al leer, la ternura y la pasión agazapadas en Nuria la empujaban a saltar como una tigresa en celo, para ser abrazada y mordida por el puma insurgente del discurso internético. Y muy pronto las fauces amorosas del correo la fueron devorando: se sentía amada, desgarrada en su carne más íntima, erotizada y presa por el fauno creado entre su fantasía y la virtualidad, ya plena realidad, de las palabras. 

Cuando Desconocido, transformada su palabra en razón de su existencia, la citó para encontrarse y conocerse, escucharse y amarse, Nuria se abrazó al ordenador: no permitiría que nadie la abandonara nuevamente. Y continuó abrazando la pantalla.