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viernes, 31 de octubre de 2025
Don Juan el invasor
R. Strauss / Zagrosek: Don Juan
Para ver la representación pulsar >> Don Juan Tenorio
El origen del mito.
La figura de Don Juan nace de la unión de dos personajes esbozados en poemillas medievales: el caracterizado como enamorador y el signado como maldito y pendenciero, desafiador de convencionalismos, provocador de cielo y tierra, transgresor de todo lo que no convenga a su interés. Con el antecedente de El infamador, de Juan de la Cueva, la primera vez que se unen ambos caracteres -el amante burlón y el jugador de ventaja de la vida- es en la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y Convidado de piedra, determinándose su caracterización de conquistador de hembras, buscador del enamoramiento efímero y constante, buscón del fugaz gozo, retador de sí mismo a través del desafío continuo de lo ajeno, autocondenatorio cada vez que juzga y no perdona a los demás. Desde ese drama adquiere una relevancia universal y su presencia en la literatura y la cultura de todos los países y los tiempos es inagotable. En España es Zorrilla quien lo populariza y le otorga la posibilidad de redención, lo convierte en perdedor consciente e inevitable, lo sensibiliza, aunque sensibleramente, con su debilidad por doña Inés, que significa la inocencia frente a su desprecio por lo social y familiar. Moliere, Lenau, Lord Byron, Pushkin, Espronceda, Torrente Ballester -quien pretende compendiarlos todos- Righini, Gazzaniga, Gluck, Dargominzky y Richard Strauss, por citar siete culturas, lo han definido en música y palabras. Y quizá sea la palabra y la música de Mozart -con sus adherencias prefroidianas- las que más hondamente han configurado su misterio y su hipnosis.
La figura de Don Juan nace de la unión de dos personajes esbozados en poemillas medievales: el caracterizado como enamorador y el signado como maldito y pendenciero, desafiador de convencionalismos, provocador de cielo y tierra, transgresor de todo lo que no convenga a su interés. Con el antecedente de El infamador, de Juan de la Cueva, la primera vez que se unen ambos caracteres -el amante burlón y el jugador de ventaja de la vida- es en la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y Convidado de piedra, determinándose su caracterización de conquistador de hembras, buscador del enamoramiento efímero y constante, buscón del fugaz gozo, retador de sí mismo a través del desafío continuo de lo ajeno, autocondenatorio cada vez que juzga y no perdona a los demás. Desde ese drama adquiere una relevancia universal y su presencia en la literatura y la cultura de todos los países y los tiempos es inagotable. En España es Zorrilla quien lo populariza y le otorga la posibilidad de redención, lo convierte en perdedor consciente e inevitable, lo sensibiliza, aunque sensibleramente, con su debilidad por doña Inés, que significa la inocencia frente a su desprecio por lo social y familiar. Moliere, Lenau, Lord Byron, Pushkin, Espronceda, Torrente Ballester -quien pretende compendiarlos todos- Righini, Gazzaniga, Gluck, Dargominzky y Richard Strauss, por citar siete culturas, lo han definido en música y palabras. Y quizá sea la palabra y la música de Mozart -con sus adherencias prefroidianas- las que más hondamente han configurado su misterio y su hipnosis.
Esencialmente, el tema y desarrollo de los cientos de obras que lo tratan son los mismos: un noble aventurero cuyo rasgo distintivo es el de coleccionar mujeres y ofensas: se burla del amor en quienes lo aman (quizá para burlarse de sí mismo como estéril amante) y de las normas de la vida en aquellos que quieren imponérselas (para demostrarse, tal vez, que es un ser superior por atreverse a transgredir las leyes). Ejemplos de ambas transgresiones hay en la relación “de amores y desafíos” en la hostería del “Laurel”, el rapto de doña Inés en el convento y el convite al Comendador muerto a sus manos, presentes todos estos episodios, para ejemplificar simplificando, en la obra de Zorrilla.
Toda la personalidad de don Juan -de Don Galán, como es denominado caracteriológicamente en algunas obrillas- se apunta en diversos fragmentos, esparcidos a lo largo de los siglos, que orbitan sobre el tema del enamorador de espíritu blasfemo. Resumo uno de ellos que compendia todo el donjuanismo (obsérvese que el personaje solo se acerca a la iglesia “por mirar las damas”) :
Caminaba Don Galán / para misa de Cuaresma.
Iba por mirar las damas / que salían de la iglesia.
Delante del Camposanto / encontró una calavera.
“¡Calavera, te convido / esta noche a la mía cena!”.
A cosa de media noche / Don Galán pide la cena.
Aún bocado no probara / cuando llaman a la puerta.
Sentárase muy a gusto / a cenar la calavera.
“Vente, Don Galán, conmigo / esta noche a la mía cena”.
En medio del Camposanto / una sepultura espera.
“Entra en esta sepultura / y para siempre escarmienta”.
Iba por mirar las damas / que salían de la iglesia.
Delante del Camposanto / encontró una calavera.
“¡Calavera, te convido / esta noche a la mía cena!”.
A cosa de media noche / Don Galán pide la cena.
Aún bocado no probara / cuando llaman a la puerta.
Sentárase muy a gusto / a cenar la calavera.
“Vente, Don Galán, conmigo / esta noche a la mía cena”.
En medio del Camposanto / una sepultura espera.
“Entra en esta sepultura / y para siempre escarmienta”.
Identidad de don Juan.
¿Por qué el éxito de este personaje? ¿Cuál es la calidad que hay en su mito? ¿Qué es lo que determina que el público de todas las épocas se identifique con él o se sienta atraído por su esencia? ¿Qué representa? ¿Por qué su vigencia permanente? ¿Quién es, en fin, Don Juan? Muchas respuestas hay, y ninguna se basta por sí misma:
1) Sin duda, el tema del amor, el más universal y el más cercano al ser humano cuanto más tabú por sexual, que es lo que encarna el personaje, tiene mucho que ver con la atracción que ejerce: acaso, observando a Don Juan, pretendemos descubrirnos descubriendo su juego o su tragedia.
2) Todos deseamos ser conquistadores, halagar nuestro yo sabiéndonos amados por una multitud de individualidades: o, quizás, ocultar que somos incapaces de hacernos amar siempre por la misma persona.
3) Toda mujer quiere saberse deseada por quien, teniendo tantas para elegir, la escoge a ella: ¿cómo no amar y dejarse amar por el más grácil enamorador, burlando con ello, si fuera necesario, al Burlador, si, además, cuando llegare el abandono puede imputársele no a un fracaso propio, sino a la condición inestable del amante?
4) Todos deseamos ser tan “libres” como el libérrimo amador: aunque, ¿acaso no está atado a su propio pergeño?
5) El riesgo que conlleva su conducta, el desafío explícito que es: sin embargo, ¿quién necesita demostrar que es un valiente sino aquel que se estima muy cobarde?
6) La superstición o religiosidad que encarna el tema, la funebridad y la tangencia de la vida con la muerte, predio terrible de cuantos somos racionales: desafiar al Dios Creador es retar a la vida, ganarle su partida con la muerte, rendirle un homenaje o un tributo a la postrimería, el caos del trasmundo, la ultratumba: pero acaso es de necios llamar al enemigo antes de que se percate de nosotros, quizá enorgullecernos de ser diablos es humillarnos ante su poder, quizá es adelantar la muerte que tememos, denunciar nuestro miedo proclamando un desprecio por el mismo ...
¿Por qué el éxito de este personaje? ¿Cuál es la calidad que hay en su mito? ¿Qué es lo que determina que el público de todas las épocas se identifique con él o se sienta atraído por su esencia? ¿Qué representa? ¿Por qué su vigencia permanente? ¿Quién es, en fin, Don Juan? Muchas respuestas hay, y ninguna se basta por sí misma:
1) Sin duda, el tema del amor, el más universal y el más cercano al ser humano cuanto más tabú por sexual, que es lo que encarna el personaje, tiene mucho que ver con la atracción que ejerce: acaso, observando a Don Juan, pretendemos descubrirnos descubriendo su juego o su tragedia.
2) Todos deseamos ser conquistadores, halagar nuestro yo sabiéndonos amados por una multitud de individualidades: o, quizás, ocultar que somos incapaces de hacernos amar siempre por la misma persona.
3) Toda mujer quiere saberse deseada por quien, teniendo tantas para elegir, la escoge a ella: ¿cómo no amar y dejarse amar por el más grácil enamorador, burlando con ello, si fuera necesario, al Burlador, si, además, cuando llegare el abandono puede imputársele no a un fracaso propio, sino a la condición inestable del amante?
4) Todos deseamos ser tan “libres” como el libérrimo amador: aunque, ¿acaso no está atado a su propio pergeño?
5) El riesgo que conlleva su conducta, el desafío explícito que es: sin embargo, ¿quién necesita demostrar que es un valiente sino aquel que se estima muy cobarde?
6) La superstición o religiosidad que encarna el tema, la funebridad y la tangencia de la vida con la muerte, predio terrible de cuantos somos racionales: desafiar al Dios Creador es retar a la vida, ganarle su partida con la muerte, rendirle un homenaje o un tributo a la postrimería, el caos del trasmundo, la ultratumba: pero acaso es de necios llamar al enemigo antes de que se percate de nosotros, quizá enorgullecernos de ser diablos es humillarnos ante su poder, quizá es adelantar la muerte que tememos, denunciar nuestro miedo proclamando un desprecio por el mismo ...
No creo descabellado afirmar que perdura en Don Juan -incluso en el donjuán- la inclinación atávica del hombre cazador: si aquel necesitaba cazar animales para satisfacer su hambre física y afirmar su condición de guerrero, Don Juan -y el donjuán- se ve impelido a conquistar personas para ofrecerle a su intelecto afectivo el trofeo con el que alimentar su ego insatisfecho, su imperio sobre los demás. Don Juan es una reencarnación del homo cinegético acosado por la fugitiva temporalidad. Don Juan es la personificación del carpe diem -de ahí el “qué largo me lo fiáis”- entendido como única salida ante la angustia que supone el tiempo perecedero. Frente a las metafísicas podredumbrosas, que acaban por acongojar la existencia con su desenlace en la muerte, se opone la física del instante amarrado a la propia carne antes de que el dolor la inunde y la cadaverice.
Una de las causas del donjuanismo es probablemente la necesidad de llenar el hueco afectivo heredado de la infancia y adolescencia: el traumatizado siente que nadie lo ama y nadie lo va a amar porque “no se lo merece”; así que, venciendo su amargura se lanza a una carrera de amoríos que oculten su carencia de amor: enamora y no ama porque así se demuestra que puede ser amado y nunca abandonado, con lo cual exorciza su pánico a la indefensión ante la soledad erótica. Compulsivamente, una tras otra, la mujer es un reto que debe vencer y cuya victoria en realidad no goza porque, al no permitirse amar, al prohibirse la entrega, la donación de sí mismo a quien empieza a amarlo, busca otro desafío en una carrera interminable de victorias que son, en el fondo, la demostración de su derrota afectiva. Habiendo asumido que nadie podrá amarlo, se prohíbe amar y ser amado cercenando el amor en el inicio del enamoramiento. (En otra dimensión, pero en igual sentido: los últimos planos de “Ciudadano Kane” muestran el almacén abarrotado de objetos con los que, a lo largo de su vida, Kane ha intentado sustituir la ausencia del “Rosebud”. Pues así, en Don Juan: la acumulación de mujeres solo es un disfraz para ocultar la falta de lo que estas debieran significar: amor. Tal es la mente del Don Juan metafísico).
O tal vez la íntima esencia de Don Juan sea la de ser un buscador que odia encontrar para no decepcionarse y abatirse en el tedio. Y la figura de doña Inés es una necesidad que, como el creyente con su Dios, habría de inventar para satisfacer una energía, la fe en una esperanza. O que ama buscar para hallarse a sí mismo definitivamente en otro ser que lo identifique como hallazgador. Y muera así la soledad del desengaño y la compañía del viajero incansable que entretiene su viaje a ningún sitio con viajeras que nunca lo detienen aun despertándole el sexo del amor y engendrándole una identidad aparentemente pletórica de toda plenitud.
Cuando Don Juan dice, en Tirso,
... el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar una mujer
y dejarla sin honor
y, en Zorilla,
por dondequiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí,
está mostrando, más que su lujuria, su rebeldía ante la realidad efímera y el amputado sueño. Pues Don Juan es el ideal quevedesco que se rebela y escupe al dios que le hizo soñar sueños irrealizables. Es un misógino a su pesar porque, como Quevedo, ama lo que sueña -el eterno femenino- y odia la realidad -la mujer- que le desengaña del sueño. Con razón Musset escribiría:
Don Juan. He ahí el nombre misterioso del que todos hablan y que
nadie comprende.
Porque el satanismo o, más bien, malditismo de Don Juan es una consecuencia de su desengaño: en vez de la serenidad de quien sabe que nada puede esperarse, a Don Juan le provoca furia contra el hacedor de promesas incumplibles. Y posee mujeres ya que no amores; y mata hombres como si se matase a sí mismo en ellos; y reta al cielo que ha convertido su vida en un infierno.
... el mayor
gusto que en mí puede haber
es burlar una mujer
y dejarla sin honor
y, en Zorilla,
por dondequiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí,
está mostrando, más que su lujuria, su rebeldía ante la realidad efímera y el amputado sueño. Pues Don Juan es el ideal quevedesco que se rebela y escupe al dios que le hizo soñar sueños irrealizables. Es un misógino a su pesar porque, como Quevedo, ama lo que sueña -el eterno femenino- y odia la realidad -la mujer- que le desengaña del sueño. Con razón Musset escribiría:
Don Juan. He ahí el nombre misterioso del que todos hablan y que
nadie comprende.
Porque el satanismo o, más bien, malditismo de Don Juan es una consecuencia de su desengaño: en vez de la serenidad de quien sabe que nada puede esperarse, a Don Juan le provoca furia contra el hacedor de promesas incumplibles. Y posee mujeres ya que no amores; y mata hombres como si se matase a sí mismo en ellos; y reta al cielo que ha convertido su vida en un infierno.
Don Juan ama la belleza y no puede evitar tejer redes de araña sicológicas para apresarla. Está preso de su oficio de carcelero amoroso. La imagen del amor suplanta al cuerpo amoroso: y Don Juan se condena a perseguir cuerpos en su búsqueda inútil de la imagen que inventó. Su ansia de enamorado insatisfecho lo convierte en enamorador, porque para ser amado solo es preciso saber hacer soñar; y su angustia de buscador le lleva a burlarse de sí mismo y también de la imagen engendrada, de los cuerpos defraudantes; de ahí su malditismo, su desmesura, su demoniaca fascinación. Pero fascinación que le usurpa la realidad y es el motor que lo induce a fascinar: porque para quien descree de sí mismo, ¿hay placer más hermoso que la contemplación del rutilante fulgor de una mirada pensativa en cuya pupila yace escrito “existo, eres mi dios”?
Don Juan es la palabra.
Todos deseamos -necesitamos- ser amados. Por eso quien da o dice sentir amor, lo despierta. Don Juan conquista por verbal (el Cyrano de Rostand, que es un donjuán que goza sus conquistas con el cuerpo del otro, lo demuestra: a veces la verbalidad es tan atractiva que incluso suplanta al propio cuerpo: es la palabra de Cyrano lo que ama Roxane, no al hermoso galán que la corteja sin el verbo). El amor es ilusión, esperanza de que se cumpla el sueño. El amor es el verbo, la palabra. Esta dice lo que pretende hacer quien la pronuncia y hace soñar a quien la escucha. La palabra es en sí una promesa que ejerce la fascinación de su cumplimiento con solo pronunciarse. Pero es también una distancia entre lo prometido y lo que se realiza. Quien domina en el arte de decir tiene el poder sobre el otro. Subyuga porque ofrece y da un misterio. Doña Inés dice que Don Juan posee la “palabra seductora”. El corazón se enamora más por el oído que por los ojos: no atrae tanto la belleza física como la verbalidad convertida en profecía de felicidad. Por eso cada mentira de Don Juan es una verdad para quien espera su realización, y por eso los grandes amantes, más que hermosos, han sido grandes decidores, grandes magos de la palabra susurrante. Don Juan es por eso el gran conquistador, el gran prometedor, el gran embaucador. Todas las mujeres de Don Juan se sienten elevadas al más alto podio de la vanidad porque, en esencia, lo que escuchan puede resumirse con este breve poema atribuido a Angrac Ianto:
Todos deseamos -necesitamos- ser amados. Por eso quien da o dice sentir amor, lo despierta. Don Juan conquista por verbal (el Cyrano de Rostand, que es un donjuán que goza sus conquistas con el cuerpo del otro, lo demuestra: a veces la verbalidad es tan atractiva que incluso suplanta al propio cuerpo: es la palabra de Cyrano lo que ama Roxane, no al hermoso galán que la corteja sin el verbo). El amor es ilusión, esperanza de que se cumpla el sueño. El amor es el verbo, la palabra. Esta dice lo que pretende hacer quien la pronuncia y hace soñar a quien la escucha. La palabra es en sí una promesa que ejerce la fascinación de su cumplimiento con solo pronunciarse. Pero es también una distancia entre lo prometido y lo que se realiza. Quien domina en el arte de decir tiene el poder sobre el otro. Subyuga porque ofrece y da un misterio. Doña Inés dice que Don Juan posee la “palabra seductora”. El corazón se enamora más por el oído que por los ojos: no atrae tanto la belleza física como la verbalidad convertida en profecía de felicidad. Por eso cada mentira de Don Juan es una verdad para quien espera su realización, y por eso los grandes amantes, más que hermosos, han sido grandes decidores, grandes magos de la palabra susurrante. Don Juan es por eso el gran conquistador, el gran prometedor, el gran embaucador. Todas las mujeres de Don Juan se sienten elevadas al más alto podio de la vanidad porque, en esencia, lo que escuchan puede resumirse con este breve poema atribuido a Angrac Ianto:
Muchas son las mujeres que embellecen el mundo.
Si hubiera dedicado mi existencia
a buscar la más bella, para amarla,
habría muerto antes de conocerte.
No obstante, tú me amas:
y si pronuncio amor suena tu nombre.
Luego un Dios existe.
Si hubiera dedicado mi existencia
a buscar la más bella, para amarla,
habría muerto antes de conocerte.
No obstante, tú me amas:
y si pronuncio amor suena tu nombre.
Luego un Dios existe.
La manifestación mayor del sentimiento es la palabra. Y su constatación, el beso, el abrazo, la cópula. La palabra es la caricia que preludia el orgasmo: la asunción de que nos aman y, por ello, de que nos amamos, de que estamos “cumplidos, realizados”. Don Juan ama sin saber a quién y nunca a alguien en concreto, aunque sexualice su amor en cada cuerpo. Siempre besa el mismo rostro inexistente en todos los rostros que le existen. Eso es lo que no saben las “donjuaneadas”: que sus palabras de amor van dirigidas a ninguna y por eso sirven para cualquiera que precise creérselas. Porque Don Juan es un escéptico del amor cuyo erotismo le impide despedirse de la mujer, en la que no cree hallar el sentimiento que busca ardientemente. Del amor tan solo encuentra el sexo, y este mantiene su energía y su hipótesis de que quizá un descuido del azar le lleve a hacer que el sexo se convierta en amor.
Pero también el donjuán se emborracha de su propia verbosidad; ésta le hace sentirse poderoso, sabio estratega de los sentimientos despertados en quienes le escuchan, le proporciona el gozo del poder que ejerce con su palabra hipnótica. Gozo tan gozoso que incluso llega a suplantar el del amor y la lujuria. Y así lo constata el Don Juan de Moliere:
¡Qué suave deleite el que sentimos al ir conquistando con mil encendidas palabras el corazón de una linda doncella, (...) derribar poco a poco las débiles barreras con que piensa detenernos, (...) llevarla suavemente al punto en que anhelábamos encontrarla! Después de haber sido dueño de tal tesoro nada se desea ni se pide: lo más bello de la pasión ha concluido y solo queda adormecerse (...) hasta que se presentan ante el corazón los seductores atractivos de una nueva conquista...
La fascinación de la impostura.
Don Juan no puede dejar de ser él mismo: no puede evitar su destino: enamorar y matar aquello que enamora y cuanto le rodea. El único exorcismo para don Juan consiste en que alguien no ame su apariencia, su egoísmo sufriente pero ególatra: por eso Zorrilla lo redime haciendo que lo ame quien no se guía por los fastos del enamoramiento apariencial, alguien que ama el amor y no sus embelecos aunque estos aturdan los oídos, alguien que ama lo que hay de humano, no divino, en el amor: Don Juan es vencido por la fragilidad de la autenticidad y no por el ensalmo de las bravatas y las aventuras: Doña Inés redime a Don Juan de ser él mismo, porque con ella ya no se ama a sí ni especula consigo, sino a quien no la desafía y, simplemente, se le ofrece y entrega. Tras la experiencia de Doña Inés, Don Juan descubre que hay tanta belleza en amar como en ser amado, que la entrega es tan esplendorosa como la conquista. Cuando no hay adversario no hay batalla, sino crimen o aceptación de que el propio enemigo es uno mismo. Don Juan se vence al rendirse a quien se le ha rendido de antemano. Don Juan es un solitario: pero doña Inés es solidaria: une su vida a la muerte de aquel, con lo que, para este, morir no significa más que dejar de ser un donjuán, el impostor de sí mismo, el rebelde indomable, el retador perpetuo de lujurias y de muertos, el enamorado del placer, el desafiante de peligros, el más desengañado de los soñadores.
Don Juan no puede dejar de ser él mismo: no puede evitar su destino: enamorar y matar aquello que enamora y cuanto le rodea. El único exorcismo para don Juan consiste en que alguien no ame su apariencia, su egoísmo sufriente pero ególatra: por eso Zorrilla lo redime haciendo que lo ame quien no se guía por los fastos del enamoramiento apariencial, alguien que ama el amor y no sus embelecos aunque estos aturdan los oídos, alguien que ama lo que hay de humano, no divino, en el amor: Don Juan es vencido por la fragilidad de la autenticidad y no por el ensalmo de las bravatas y las aventuras: Doña Inés redime a Don Juan de ser él mismo, porque con ella ya no se ama a sí ni especula consigo, sino a quien no la desafía y, simplemente, se le ofrece y entrega. Tras la experiencia de Doña Inés, Don Juan descubre que hay tanta belleza en amar como en ser amado, que la entrega es tan esplendorosa como la conquista. Cuando no hay adversario no hay batalla, sino crimen o aceptación de que el propio enemigo es uno mismo. Don Juan se vence al rendirse a quien se le ha rendido de antemano. Don Juan es un solitario: pero doña Inés es solidaria: une su vida a la muerte de aquel, con lo que, para este, morir no significa más que dejar de ser un donjuán, el impostor de sí mismo, el rebelde indomable, el retador perpetuo de lujurias y de muertos, el enamorado del placer, el desafiante de peligros, el más desengañado de los soñadores.
Demasiados hombres creen ser o haber sido donjuanes. Pocas mujeres confiesan ser su trasunto femenino. Simple cuestión de “honra social”. Pero existen tantas seductoras como seductores. En realidad, Don Juan es la Beatriz de Dante vista por la mujer machista: la posesión del Amor interpretada como la utopía de ser poseída -y poseer en ese instante- por el Amante. En cualquier caso, sería necio aceptar la descalificación que se hace de Don Juan considerándolo un inepto, un superficial, pues supondría admitir que más de la mitad del género humano -las mujeres y, en el caso de las doñajuanas, los hombres- se enamora de lo intrascendente, lo liviano. Algo hay en el símbolo “Don Juan” que atrae más allá de la común atracción: el misterio, el enigma, la oscuridad que preludia transparencia. Y, no obstante, es curioso observar que el donjuán (el seductor, la seductora) jamás es genialmente inteligente: porque la genialidad y la artisticidad producen miedo, cohíben, empequeñecen mientras deslumbran; y a la larga el deslumbramiento se llena de temor, y huye la deslumbrada y empequeñecida, pues ve, cada vez más, más evidente su pequeñez frente a la estatura mental de un ser de tal calibre. Y al revés: no es extraño que un alto índice de artistas haya sido sujeto y objeto de numerosos amoríos, precisamente por el deslumbramiento que la personalidad del creador ocasiona, y, paradójicamente, porque al huir las enamoradas de su extraño e hipnótico mundo se ven impelidos hacia nuevas amantes. La misma singularidad de su vida íntima imposibilita al creador para vivir una vida común. Por eso Don Juan siempre es “el otro”: el que pretende ser mientras asume su fracaso.
(del libro La construcción del poema)
La construcción del poema
La embriaguez de la belleza (La construcción del poema, XX)
Sobre una lírica fantástica (La construcción del poema, XIX)
La construcción del poema (XVII): Hacia la vida
La construcción del poema (XVI): Hacia la luz
La construcción del poema (XV): Hacia el himno
La construcción del poema (XIV): De la consolación por la poesía
La construcción del poema (XII): Identidad de la elegía
La construcción del poema (XI): Idolatría del dolor
La construcción del poema (X): Bajo el signo de Tánatos
La construcción del poema (IX): Devastación de la
belleza
La construcción del poema (VIII): Convergencias
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (VII): Tentativas
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (VI): Bienes mostrencos
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (V): La idoneidad, 2
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (IV): La idoneidad
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (III): El proceso creador
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (II): Inmutabilidades
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (I): Transmutaciones
11117
jueves, 30 de octubre de 2025
Tres versiones de Don Juan Tenorio
Don Juan Tenorio
Don Juan en Alcalá
Molière: Tartufo
Joyce: Desde el Ulises
Dürrenmat: La visita de la vieja dama
Zorrilla: Don Juan Tenorio
Ibsen: Un enemigo del pueblo
Jardiel Poncela: Cuatro corazones con freno y marcha atrás
Moratín: El sí de las niñas
Moliere: El avaro
A. Camus: Calígula
Tamayo y Baus: Un drama nuevo
Miguel Mihura: Tres sombreros de copa
11124
Soneto Mandolino
Ligeti: Lux aeterna
(*) Nota de Penélopa Ulisea:
Dícese que el autor o autora de esta octava irreal conoció al Gongorilla en medio de sus soleares y le cantó las cuarenta al Aladino y sus parias, inspirándole al Lope el sonetazo que luego plagió un tal Qué Vedo sin mis quevedos. Véase la justeza de la traducción (del cordobés al castellano en mi sostenido menor). Obsérvese asimismo la riqueza y suntuosidad de las rimas, el apocalíptico fraude versal y el glamour del contexto, tan bien indefinido por el poeto o poeta para no privar al lector o lectriz de su libertad imaginaria y otrosí.
Inventario frugal (*)
Érase una cariátide de cera,
érase una ternura mañanera,
érase una pitufa morenera,
érase una señora de bandera.
érase una señora de bandera.
Érase una tronchada primavera,
érase el despertar de una quimera,
érase una leoncia en su leonera,
érase una lujuria lujuriera.
érase una lujuria lujuriera.
Érase una tetucia tetuciera,
érase una amorosa y dulce fiera,
érase una ardorosa pililera.
érase una ardorosa pililera.
Érase un érase que jamás era,
érase un ojalá que aunque existiera
érase un ojalá que aunque existiera
sería un érase que nunca fuera.
(Wéckerl el rimaor)
miércoles, 29 de octubre de 2025
Si la muerte cupiese en un poema... (Poemas comentados, VI)
Rachmaninov: La isla de los
muertos
Cuando sentimos que el
mundo es un lugar oscuro y solitario, y la vida una desesperanza con la que
cargamos como un fardo que no sabemos dónde descargar, ¿quién no necesita unas
palabras en las que apoyarse y de las que sorber algún consuelo, comprensión, reposo?
El hombre ha caminado tanto por la senda de la humanidad, ha conocido tantas alegrías y tristezas, que le ha puesto voz a casi todos los sentimientos y conclusiones de sus silogismos.
El hombre ha caminado tanto por la senda de la humanidad, ha conocido tantas alegrías y tristezas, que le ha puesto voz a casi todos los sentimientos y conclusiones de sus silogismos.
Es terrible ser
consciente de que nuestro cuerpo va descomponiéndose mientras respiramos,
mientras nos sentimos más vivos: que nuestras células se pudren como la madera
de un navío en cada singladura.
En los momentos de tiniebla no estorbará tomar la mano amiga que tira de nosotros hacia afuera de la ciénaga y que un día escribió:
En los momentos de tiniebla no estorbará tomar la mano amiga que tira de nosotros hacia afuera de la ciénaga y que un día escribió:
LO
FATAL
Dichoso
el árbol que es apenas sensitivo,
y
más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues
no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni
mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y
el temor de haber sido y un futuro terror...
Y
el espanto seguro de estar mañana muerto,
y
sufrir por la vida y por la sombra y por
lo
que no conocemos y apenas sospechamos,
y
la carne que tienta con sus frescos racimos,
y
la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y
no saber adónde vamos,
ni
de dónde venimos!...
Rubén Darío
Rubén Darío
Perdidos en la selva
selvaggia, lanzados a la búsqueda de una cumbre sobre la que elevarnos
para que no nos asfixie el lodazal, miramos a nuestro alrededor y preguntamos
sin esperar respuesta:
¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde?
¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi
locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la
salud y la edad se hayan huido.
Falta la vida, asiste lo
vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo
Es verdad que el estremecimiento
emocional de la lectura de ambos poemas no eleva el corazón a la esperanza:
pero la asunción del dolor y la pérdida como algo inherente a la condición
mortal, y el saber que otro ser humano la sufrió y supo decirlo, nos infunde
-por una extraña empatía o íntima solidaridad- cierta voluntad de superación y
resiliencia. De tal modo que cuando leemos el siguiente poema va disminuyendo
el seísmo de la carne sacudida por el miedo: y nos invaden calma y lasitud:
EL VIAJE DEFINITIVO
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto con su verde
árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y
plácido;
y tocarán, como esta tarde están
tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y
encalado
mi espiritu errará, nostáljico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin
árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
JRJ
Aun así, nada nos
impide constatar el hecho inexorable de la muerte, su acoso paulatino, su
astucia pertinaz, su acechanza invisible y no por eso menos abrazada a nuestra
carne:
ESPERA SIEMPRE
La muerte espera siempre,
entre los años,
como un árbol secreto que
ensombrece,
de pronto, la blancura de un
sendero
y vamos caminando y nos sorprende.
Entonces, en la orilla de su
sombra,
un temblor misterioso nos
detiene:
miramos a lo alto y nuestros
ojos
brillan, como la luna,
extrañamente.
Y, como luna, entramos en la
noche
sin saber dónde vamos, y la
muerte
va creciendo en nosotros, sin
remedio,
con un dulce terror de fría
nieve.
La carne se deshace en la
tristeza
de la tierra sin luz que la
sostiene.
Sólo quedan los ojos que
preguntan
en la noche total y nunca
mueren.
José Luis Hidalgo
¿De qué manera consolar el corazón que se
sabe inconsolable? Ni Rubén, ni Quevedo, ni Juan Ramón,
ni Hidalgo...: nadie puede enterrar la muerte en un poema para librarse de
ella.
En mi última infancia adolescente mi indefensión optó por refugiarse en la soledad y en el silencio. Allí, sin dioses y sin hombres, desde un infierno que vislumbraba edenes, bajo una escalera de vecinos, fui descubriendo libros; y música y pintura. Sembré semilla y frutos en la pluma, sin determinación y como única trinchera, para poder decirme un día que no hay más destino que la voluntad; de allí manaron, tras muchos años y palabras frágiles, algunos textos consolatorios en los que la muerte sueña con defenderse de sí misma resucitándose en sonrisas:
En mi última infancia adolescente mi indefensión optó por refugiarse en la soledad y en el silencio. Allí, sin dioses y sin hombres, desde un infierno que vislumbraba edenes, bajo una escalera de vecinos, fui descubriendo libros; y música y pintura. Sembré semilla y frutos en la pluma, sin determinación y como única trinchera, para poder decirme un día que no hay más destino que la voluntad; de allí manaron, tras muchos años y palabras frágiles, algunos textos consolatorios en los que la muerte sueña con defenderse de sí misma resucitándose en sonrisas:
ONIRIA.COM
La soledad devasta. En ella, la tristeza
anida su dolor. Y la alegría
se convierte en fatal melancolía
que vuelve podredumbre la belleza.
El mundo se oscurece. Y cada día empieza
como una noche oculta.
Yo era joven.
Un día
ella murió; murieron mis anhelos; moría
la voluntad ―el sueño, la firmeza.
Fueron tiempos de furia y de desolación.
Cada instante era en mí como una despedida;
y cada amanecer, un sol amortajado.
He vuelto a sembrar luz sobre mi corazón.
Las semillas arraigan. Reflorece la vida.
La primavera invade mi corazón helado.
Semejante esperanza de superación hay en este poema de Antonio Moreno: en él, el trato conversacional y manriqueño con la muerte hace que
esta se suavice y nos permita reconocernos hijos del tiempo innumerable:
TIEMPO ATRÁS
Mi muerte, tiempo atrás, solía visitarme.
Al principio acudía sin respetar las horas.
Jamás consideraba ni el lugar ni el
momento.
Con brusca sacudida, lo mismo que al
soldado
al que privan de sueño para ir al combate,
venía algunas noches mostrándome su abismo.
Yo, mi vida, mis cosas, yo desaparecía
vertiginosamente, borraban mi existencia.
Y así es como quedaba hasta el amanecer,
igual que ese soldado que escucha los
silbidos
de las balas y marcha temblando a las
tinieblas.
Tratándola aprendí a escucharla con calma.
Vi que su soledad era igual que la mía,
que nada más buscaba un poco de amistad.
Comencé, pues, a hablarle sin temor, a
tratarla
con el mismo cuidado con que se guía a un
ciego;
le describía todo aquello que estimaba,
los juegos de los niños, el brillo de las
tejas,
la variedad del mundo reunido en los
mercados,
los horizontes anchos y nuevos de
noviembre,
la danza de la luz invernal en las olas,
y también las mil formas en que se halla el
silencio.
Cuánta dicha: sin darme cuenta, perdía así
de vista a aquel soldado que avanza por la
noche.
Aquel yo, aquel soldado y hasta mi propia
muerte
-que ya no me visita- han desaparecido.
Toco mi eternidad en la vida que pasa.
Antonio Moreno
Ese es el consuelo que
nos da la pluma: cómo el arte mitiga la existencia: antes de mí, después de mí,
todos murieron de la misma muerte, y todos morirán del mismo modo: abrazándose
irremediablemente al principio de supervivencia. Constatando que la fiel
Naturaleza se contradice a sí misma. Aceptando "que la muerte es el
fin que hay en todo principio". Diciendo: qué sinrazón, morir. Pero
envainada su tragedia: no sin haber amado mucho la vida que nos lleva hacia la
muerte.
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