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sábado, 2 de marzo de 2019

El abrazo sin besos.


Purcell: Lamento de Dido

Elisa vive con una herida interior tan profunda que cree que cualquier palabra es un puñal contra ella. Así, toda conversación se convierte en una guerra en vez de ser un intercambio de pareceres. No acepta más que su propio punto de vista, y cualquier otro que pretenda ayudarle a sufrir menos le parece una agresión o una malcrítica. No quiere aprender a distinguir entre denotación y connotación, por lo que oye lo que teme oír pero no han dicho, y se defiende de un enemigo que no existe. 
     Diego quiere convencerla de que su único enemigo es su propio miedo a ser abandonada, que le hace ver fantasmas agresivos, y que así espanta precisamente a quienes no quiere perder. Quiere mostrarle que padece un yoísmo sufriente. No quiere decirle que ella, como todos, no es más que una partícula del universo y, por lo tanto, este no está empeñado en hacerle daño.
     A Diego ya solo le queda por decir:
- No sé qué decirte que no vayas a malentender. Si te hablo no me escuchas porque te oyes a ti misma, y si callo crees que no me importas. Me has dejado sin opciones. ¿Dónde pondré mis besos si no me dejas dártelos y tú no me los das?
     Así es como empieza la tragedia de la soledad. 


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