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miércoles, 13 de marzo de 2019

El manantial de las almas perdidas




La poesía, sostiene Antonio Gracia, es la filosofía que, liberada del silogismo, se constituye en ideología del corazón que predica que todos nos emocionamos ante las mismas cosas y da fe de esa emoción equilibrando la palabra que logra contener, domesticar, definir y transmitir los sentimientos.

/por Antonio Gracia/
Siendo el sentimiento lo que perdura en el hombre a través de los siglos, ¿cómo no frecuentar la poesía, si es en el poema donde se encuadernan las emociones y, por tanto, la identidad natural humana? ¿Y cómo no seguir el hilo conductor de la poesía para ver cómo los distintos autores de la historia han tratado de cincelar idóneamente esos sentimientos, tallados por el criterio estético de cada época? Nos reconocemos iguales en las emociones, aunque no concordemos en el pensamiento, modulable en cada época.
Todos los grandes temas poéticos giran alrededor de la vida y la muerte, de sus nexos, derivaciones o facetas: el amor, el dolor, la convivencia, la belleza, la pérdida, las ruinas… Todos pueden agruparse en dos grandes ejes: el canto a lo que se desea perdurable y el llanto por la mortalidad: el himno y la elegía. La poesía esencial es un muestrario de esas dos grandes pulsiones humanas; de donde se deduce que conocer el devenir poético es conocer el corazón del devenir social. Porque la escritura —todo arte— es la construcción de un yo egregio y perdurable alternativo al de esta vida.
Seguramente el primer poema fue el que se dijeran Adán y Eva: un escueto «Te quiero. Sobrevivamos juntos». El eros para combatir el tánatos. Después, todos hemos estado repitiendo con distintos lenguajes y maneras aquel descubrimiento que, como tal, fue un estallido síquico de la creación, cuyo temblor sigue sintiendo cada nuevo corazón que nace a tan dulce escalofrío y tan difícil convivencia.
Se han sucedido las estéticas, búsquedas, concreciones: los Ovidios, Propercios, Manriques, Petrarcas, Garcilasos, Villones, Yepes, Donnes, Shakespeares, Quevedos, Bécqueres, Baudelaires, Nerudas… Y a pesar de las palabras, y con su sometimiento, siempre hay un poema que repite el tintineo de esos temas perennes, aunque perezcan las palabras que lo recogen, lo legan y lo actualizan. Incluso «podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía». Y no sólo «mientras exista una mujer hermosa» —criterio que hoy suena misógino—, sino mientras exista un hombre vivo luchando contra la muerte propia y dando vida a la ajena.
Ninguna gran obra hay que no haya nacido de la profundidad del sufrimiento de quien, porque tanto sufre, pretende construir algún consuelo y, por lo tanto, también cualquier otra gran obra que empuje a la alegría de sentirse vivo. Los autores de esas obras, sean de la naturaleza que sean, son los verdaderos héroes sociales. Por eso, al margen de los partidismos a la que la han sometido los religiosistas, la Biblia mantiene su vigencia: porque contiene la historia de las derrotas y victorias de la humanidad; porque es un compendio de sus sueños y devastaciones.
Don Quijote es una tragedia nacida de quien vivió trágicamente y pretendió explicar, con humor, el mal del mundo y oponerle una panacea. Dostoyevskifue un sufridor que se aferró a la idea de un Dios restaurador de la paz de sus sufrientes personajes. Shakespeare teatraliza el drama de la existencia a través de unos protagonistas que persiguen la paz constantemente. Dante edifica la catedral de la Divina Comedia para colocar en su cúspide el amor como utopía con la que redimirse de la catástrofe humana. Beethoven no existiría sin la persecución de la oda a la vida como ungüento contra la elegía que emana del vivir. Wagner musicaliza sus obras con melodías cantadas por solitarios que buscan, inevitable y decididamente, la redención de sus vidas ansiosas de paraísos fracasados. Homero y Virgilio no dejan descansar a sus héroes hasta que retornan a la ínsula feliz que les permite percatarse de que han regresado al edén de su origen o conquistado el de su destino.
Quevedo se ríe de sí mismo por su mortalidad, pero construye el poema amatorio más salvífico de nuestra literatura. Góngora, ante la fealdad del mundo en el que vive, inventa un lenguaje cuya belleza sea un paliativo de su turbio alrededor. Neruda opone al existencialismo de su Residencia en la tierra unas Odas elementales para señalar que frente a la triste metafísica se eleva la alegre naturaleza, lugar en el que vivimos pese a la abrasión del pensamiento. Miguel Ángel gigantiza sus figuras por su megalomanía y, quiero creer, también para mostrar el titanismo del Universo del que somos dignos. Rembrandt repite incesantemente sus autorretratos para hallar su verdadera identidad y no caer en la impostura.




El factor que humaniza y conduce, a través del tiempo, la esencia del humanismo, por muy peregrino que parezca, es el que consigue conjugar la pasión con la razón: el arte; y en el arte, el más próximo y cercano, la literatura; y en ella, la poesía, que es la filosofía que, liberada del silogismo, es la ideología del corazón que predica que todos nos emocionamos ante las mismas cosas y da fe de esa emoción equilibrando la palabra que logra contener, domesticar, definir y transmitir los sentimientos.
Por eso, al margen de méritos estrictamente artísticos o literarios, nada vale el poema que no nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos; nada vale el poema que no consigue hacer sentir al lector que también él es autor de lo que lee porque lo siente como propio; nada vale el poema que no logra mitigar la tristeza del triste; nada vale el poema que no desvela las tinieblas de la melancolía para desterrarlas. Nada vale el poema que no alumbra el corazón y la existencia… Nada vale el poeta que escribe para los poetas y no para los hombres. Nada vale el artista que no crea para el hombre que hay en todo artista.

Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario(2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en LA BIBLIOTECA Cervantes Virtual.

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